¿Yoga moderno?

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Nuestro estilo de vida occidental, caracterizado por la inmediatez, el consumo, la superficialidad en las relaciones, nada tiene que ver con aquél en el que surgió la práctica del yoga. 

Remontándonos unos pocos años atrás, el yoga se limitaba a una minoría de practicantes en nuestro país, y ahora vemos cómo se ha popularizado y se ha convertido, en muchos casos, en un producto más a disposición de nuestra capacidad de consumo. 

Hay centros de yoga en todos los barrios, en los centros deportivos, en gimnasios y hasta tenemos estrellas del yoga. 

Como en todos los sectores, los profesionales de la salud y el bienestar, asisten con regularidad al surgimiento periódico de modas sin contenido que vienen y van. Hemos pasado por la dieta de la alcachofa, el yogalates, el yoga dance y un sinfín de mezclas que sería interminable citar, pero, a pesar de todo eso, el yoga sigue ahí, su práctica aumenta, sus seguidores aumentan, pero no siempre con el rigor necesario.

Parece que los occidentales, cada vez que extraemos conocimientos de la sabiduría oriental, terminamos popularizándola, de modo que la vaciamos, parcial o totalmente, de su contenido profundo. La consciencia, la salud, la espiritualidad, la nutrición, pasan a ser citas descontextualizadas en el muro de Facebook o Instagram, quizá un artículo de 10 líneas en una revista de tirada nacional.

El yoga se ha puesto de moda, los famosos lo practican, los bloggers los practican y con ello han venido detrás cientos de nuevos profesores, formaciones online, formaciones en 100 horas, clases masificadas en gimnasios con alumnos a los cuáles es imposible atender y corregir. Clases en las que, en ocasiones, el profesor tiene una formación escasa o nula, con el consiguiente peligro lesiones y una práctica deficiente.

El yoga, como muchas otras disciplinas, ha caído en una cierta vanidad, donde priman fotos de Instagram en las que yoguis modernos practican posturas que la mayoría de alumnos jamás realizará. En los últimos años hemos visto que los alumnos noveles han pasado de preguntar si el yoga no sería demasiado suave, si no seriamos una secta, a preguntar si serán capaces de seguir una clase. 

Su nueva referencia las publicaciones de Instagram donde una “estrella del yoga” imita el yoga en una playa paradisiaca. Nos olvidamos que el yoga es algo que se vive internamente, una foto jamás podrá expresar el estado de quietud, de libertar interna que alcanza un practicante de yoga. Se hace totalmente paradójico que una herramienta tan eficaz para la doma del ego,  se acabe convirtiendo en un absurdo desfile de cuerpos esculturales.

Acompañar, guiar y enseñar, esa debería ser la clave de una buena clase de yoga, donde el profesor guía a un reducido grupo de alumnos en su cambio. Un centro de yoga, debe ser un lugar íntimo, donde el profesor conoce a cada uno de sus alumnos, sus necesidades, sus límites, sus miedos físicos, un espacio donde se viene a conectar y no a desconectar. Pero para que esto suceda los centros tenemos una responsabilidad. Se escriben muchos artículos sobre profesores de yoga, pero pocos sobre la política o la ética de los centros donde se trabaja. Parece que en ciertos centros primara en la elección de un profesor su número de seguidores en Instagram y no la calidad de sus clases.

El yoga es ciencia, es espiritualidad, es filosofía y a la vez una de las técnicas más eficaces para mantener la forma física y la salud; aunque no es deporte, ni gimnasia, es un profundo método de transformación y conocimiento personal. El yoga es para cualquier edad, para cualquier condición física y es el trabajo de centros y profesores es trasmitir esto a la gente, que sepan que pueden acercarse a su práctica adaptándose a sus necesidades. Cualquier persona que practique yoga irá viendo, poco a poco, como su cuerpo se flexibiliza, su mente se calma y se encuentra mejor consigo mismo, si esto no ocurre, no está en una clase de yoga.

Aunque no estemos en India y en nuestras clases no abarquemos todo lo que nos ofrece el yoga, no podemos desnudar tanto esta práctica en su adaptación a occidente, el yoga sigue siendo una vía espiritual que se adapta a cualquier tipo de creencias. Lleva 6000 años con nosotros, desarrollándose por hombres y mujeres que se han esforzado por ser fieles a la práctica y no al uso mercantilista de sus resultados.

Invitamos a centros y a profesores a preservar este regalo a la humanidad y a los nuevos alumnos que se quieran acercar al yoga, que prueben clases, que busquen aquel maestro que los guie no solo en el plano físico, si no que los acompañe en el viaje interno del cambio.

Alejandro Sexto Naveira Naturópata.
Responsable de la sala de Yoga de Espacio Orgánico
www.espacioorganico.com

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