Cuantas más clases de yoga imparto, más me sorprendo de lo útiles que pueden resultar los asanas para transformarnos a través de su práctica.
Los asanas son solo una pequeña parte de las herramientas que el yoga ofrece para alcanzar su objetivo último, la unión consciente con nuestra naturaleza esencial. Constituyen la parte más conocida y visible del yoga, ya que son las posturas físicas que se adoptan con el cuerpo y deben cumplir una serie de requisitos para su ejecución: firmeza, comodidad, inmovilidad y consciencia.
Desde los tiempos en los que asistía como alumno a mis clases semanales de yoga, me intrigaba mucho cómo era posible que esa rutina de hora y media, dos veces a la semana, tuviera un impacto tan transformador en mi vida. En clase realizábamos estiramientos, algunas respiraciones y una relajación final que resultaba de lo más agradable. Sin embargo, si esas prácticas, aparentemente sencillas, eran dirigidas adecuadamente, con la intención correcta y poniendo el acento en determinadas actitudes, el resultado era francamente sorprendente.
De algún modo los asanas se convertían en un vehículo a través del cual iban calando las ancestrales enseñanzas del yoga. Todavía hoy, sigo descubriendo nuevos matices de esas enseñanzas, que se revelan como mensajes inmersos en la práctica silenciosa y consciente de la gran variedad de posturas que ofrece esta disciplina.
No quiero hablar en esta ocasión de los beneficios, ampliamente demostrados, que aportan los asanas a nivel fisiológico, o incluso energético, sino de su impacto más sutil en algunas actitudes ante la vida que nos pueden ayudar a vivirla con la plenitud que nos corresponde.
APRENDER A PARAR
Lo primero que nos enseñan los asanas es a parar. En esta sociedad frenética, multitarea y adicta al ¨hacer¨, los asanas nos enseñan que el ¨no hacer¨ puede ser de lo más productivo.
Hay un ingrediente indispensable en la práctica del hatha yoga que es la inmovilidad. Cuando entrenamos nuestra capacidad de dejar el cuerpo inmóvil, descubrimos que estamos invitando a la mente a frenar su inercia al movimiento y empiezan a abrirse espacios de silencio en nuestra agitada actividad mental. Toda esa energía que dejamos de invertir en movernos queda entonces disponible para despertar nuestra consciencia.
DESARROLLAR LA ACEPTACIÓN
Los asanas nos adiestran para desarrollar una actitud de aceptación ante las situaciones que la vida nos propone.
En cada postura nos enfrentamos a una serie de limitaciones físicas que inicialmente generan unas resistencias. El asana está bien ejecutado cuando conseguimos ajustarnos, dejamos de resistirnos a dichas limitaciones y encontramos la armonía en la postura, sin estar deseando deshacerla ni apegarnos a ella.
Encontrar la armonía en cada situación que nos toca vivir, puede resultar más complicado, pero ese entrenamiento previo sobre la esterilla resulta sin duda de gran utilidad. No se trata de resignarse a una postura incómoda y aguantar en ella estoicamente, sino de desarrollar nuestra capacidad de hacer de esa postura un espacio en el que respirar de forma relajada. Se trata en el fondo de hacer respirable cada experiencia vital a la que nos enfrentemos.
Paradójicamente una vez aceptadas esas limitaciones, se abre la puerta para empezar a transcenderlas, como dice la famosa cita budista “aquello a lo que te resistes, persiste y aquello que aceptas, se transforma”
ENCONTRAR EL TÉRMINO MEDIO
Lo que define un asana es la combinación entre firmeza y comodidad. Llegar a ello requiere la práctica del esfuerzo justo, un término medio en nuestro gasto energético que sería muy beneficioso llevar a nuestra vida cotidiana.
Normalmente, en nuestro día a día, vamos de un extremo al otro, fluctuando entre un esfuerzo excesivo, con gran derroche de energía, con el fin de satisfacer nuestros deseos, a estados de agotamiento en los que nuestra energía decae y nos invade la pereza.
La práctica de los asanas nos ayuda a darnos cuenta de que algunas veces, con menos esfuerzo, conseguimos mejores resultados.
RECONOCER LA DUALIDAD
A cada postura de yoga, le sigue su contra-postura. El practicante de yoga aprende pronto que, después de una flexión de la columna vertebral, el cuerpo necesita una extensión.
Esto nos habla de que estamos inmersos en una realidad marcada por la dualidad; la noche y el día, la luz y la oscuridad, el yin y el yang, son dos caras de la misma moneda que se complementan. Sin embargo, tendemos a asociar una de esas caras a connotaciones negativas, olvidando que una es tan necesaria como la otra. Hacernos conscientes de la necesidad de los dos contrarios, puede ayudarnos a integrar mejor las sombras en nuestra vida y no tratar de aferrarnos solo a la parte luminosa. No es fácil darnos cuenta de que la sombra es parte de la vida para dejar de resistirnos a ella y verla como algo necesario para crecer, evolucionar y desplegar todo nuestro potencial.
EXPERIMENTAR LA TRANSCENDENCIA
Por último, la sesión de yoga en su conjunto es una oportunidad para experimentar que más allá de las distintas formas que el cuerpo va adoptando durante la práctica, hay una parte del practicante que permanece inmutable. La experiencia del yoga nos permite hacernos conscientes de que el cuerpo es solo el caparazón y a medida que profundizamos, nos vamos acercando a nuestra naturaleza esencial, que transciende las formas.
Dichas enseñanzas son, como en cualquier otro entrenamiento, consecuencia de la práctica. De poco sirve tratar de entenderlas desde el intelecto, ni estudiarlas, ni adoptarlas como creencias, si antes no han pasado por el filtro de la experimentación, ya que su verdadero poder transformador emana de la vivencia en primera persona.
Javier Hernández Viñuelas – Satya
Formador de profesores de hatha yoga
Próximos retiros en La Hospedería del Silencio
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