El interés de Babaji en Occidente de Paramahansa Yoganandya
De Autobiografía de un yogui
Reconocido mundialmente como una de las figuras preeminentes de nuestro tiempo, Paramahansa Yogananda es el tema de la galardonada película AWAKE: La vida de Yogananda, y autor del clásico y best-seller Autobiografía de un yogui. Nacido el 5 de enero de 1893, en Gorakhpur (India), Sri Yogananda llegó a Estados Unidos en 1920 y comenzó a enseñar públicamente por todo el país las técnicas de meditación del yoga. Ese mismo año fundó Self-Realization Fellowship para diseminar por todo el mundo sus enseñanzas sobre la antigua filosofía del Yoga, originaria de la India, y su venerable ciencia de la meditación. Para mayor información, visite: www.yogananda-srf.org. Awake: La vida de Yogananda se proyectará el 19 de junio de 2016 a las 11:30 hrs. de la mañana, en un céntrico cine de la Gran Vía de Madrid (www.awakespana.es).
«El interés de Babaji en Occidente» es un extracto del capítulo de Autobiografía de un yogui de Paramahansa Yogananda se reimprime por cortesía de Self-Realization Fellowship, Los Ángeles, California (EE.UU.).
—Maestro, ¿conoció usted a Babaji?
Era una tranquila noche de verano en Serampore, y yo me hallaba sentado al lado de Sri Yukteswar, en el balcón de la planta alta de la ermita, mientras las grandes estrellas de los trópicos brillaban sobre nuestras cabezas.
—Sí. —Mi maestro sonrió ante mi directa pregunta; sus ojos brillaron animados por la reverencia—. Tres veces he recibido la bendición de contemplar al inmortal gurú. Nuestra primera entrevista tuvo lugar en Allahabad, en una Kumbha Mela.
Las ferias religiosas que se llevan a cabo en la India desde tiempo inmemorial, son conocidas con el nombre de Kumbha Melas; estas festividades aún conservan metas espirituales ante la vista constante de las multitudes. Los devotos hindúes se congregan a millones, cada doce años, para conocer a miles de sadhus, yoguis, swamis y ascetas de todas clases. Muchos son eremitas que nunca han dejado sus apartados y ocultos retiros, excepto para asistir a las melas y otorgar sus bendiciones a hombres y mujeres que viven en el mundo.
—Yo no era un swami en la época en que conocí a Babaji —continuó mi maestro—. Pero ya había recibido la iniciación en Kriya de Lahiri Mahasaya. Él me alentó a concurrir a la mela que debería celebrarse en enero de 1894, en Allahabad. Era la primera vez que yo asistía a una kumbha; me sentí algo aturdido ante el clamor y el oleaje de la multitud. Mirando en torno a mí, vanamente buscaba el iluminado rostro de algún maestro. Al cruzar un puente en la ribera del Ganges, me fijé en un conocido que estaba no lejos de allí con su cuenco de limosna extendido.
“¡Oh, esta feria no es más que un caos de ruido y limosneros! —pensé con desilusión—. Tal vez los científicos occidentales, que tan pacientemente ensanchan el reino de sus conocimientos para el bien práctico de la humanidad, sean más gratos a Dios que estas gentes que profesan la religión, pero que se concentran en las limosnas”.
»Mis mordaces reflexiones sobre las reformas sociales fueron interrumpidas por la voz de un sanyasin de elevada estatura, que se detuvo ante mí.
—Señor —me dijo—, un santo le llama.
—¿Quién es él?
—Venga y véalo usted mismo.
Algo vacilante, seguí al lacónico mensajero y pronto me encontré cerca de un árbol cuyas ramas daban sombra a un gurú y a su atractivo grupo de discípulos. El gurú, de una brillante presencia excepcional, tenía ojos oscuros y resplandecientes; se levantó a mi llegada y me abrazó.
—Bienvenido, Swamiji —me dijo afectuosamente.
—Señor —le contesté con énfasis—, yo no soy swami.
—Aquellos a quienes la Divinidad me señala para otorgarles el título de swami nunca lo desechan. —El santo se dirigía a mí con sencillez, pero sus palabras resonaban con profunda convicción; en un instante me vi envuelto en una ola de bendición. Sonriendo ante mi súbito ascenso a la antigua orden monástica, me incliné reverentemente ante aquel angélico gran ser en forma humana que me había honrado de esa manera.
Babaji, pues era él, me instó a sentarme a su lado bajo el árbol. Era fuerte y joven y se parecía mucho a Lahiri Mahasaya; sin embargo, ese parecido no me sorprendió, aun cuando con frecuencia había oído hablar de la extraordinaria semejanza entre los dos maestros. Babaji posee un poder por medio del cual puede evitar que un pensamiento específico surja en la mente de una persona. Evidentemente, el gran gurú quería que yo estuviera perfectamente tranquilo en su presencia, y que no me sintiese impresionado ante él por el hecho de conocer su identidad.
—¿Qué piensas de la Kumbha Mela?
—Me siento muy decepcionado, señor —y luego agregué rápidamente—, hasta que le he encontrado a usted. Tengo la impresión de que los santos y este torbellino no son cosas que deban estar juntas.
—Hijo —me dijo el Maestro, aun cuando aparentemente yo tenía el doble de la edad que él representaba—, por las faltas de muchos no juzgues el todo. Todas las cosas en la Tierra son de carácter mixto, como una mezcla de azúcar y arena. Sé como la inteligente hormiga, que únicamente escoge los granos de azúcar sin tocar los de arena. Aún cuando muchos sadhus de los que están aquí navegan aún en la ilusión, la mela es bendecida por algunos seres que han alcanzado la unión con Dios.
En vista de mi propio encuentro con este excelso maestro, asentí rápidamente a su observación.
—Señor —le dije—, he estado pensando en los grandes científicos de Occidente, cuya inteligencia sobrepasa considerablemente a la de la mayoría de la gente congregada aquí; hombres que moran en la distante Europa y en América, que profesan diferentes creencias y que desconocen el verdadero valor de las melas como la presente. Ésos son los hombres que podrían obtener mayores beneficios si se reuniesen con los grandes maestros de la India. Mas, aun cuando han alcanzado un alto nivel en sus logros intelectuales, muchos occidentales están sumergidos en un materialismo total. Otros, famosos en el campo de la ciencia y de la filosofía, no reconocen la unidad esencial de las religiones. Sus credos actúan como infranqueables barreras que amenazan con separarlos de nosotros para siempre.
—Ya veo que estás tan interesado en Occidente como en Oriente. —El rostro de Babaji se iluminó con la luz de la aprobación—. Siento la angustia de tu corazón, cuya amplitud acoge igualmente a todos los hombres. Ésta es la razón por la que te he hecho venir aquí.
Oriente y Occidente deben establecer un verdadero sendero dorado de actividad y espiritualidad combinadas —continuó diciendo—. La India tiene mucho que aprender de Occidente en cuanto al desarrollo material; a su vez, la India puede enseñar métodos universales por medio de los cuales Occidente podría cimentar sus creencias religiosas sobre las inconmovibles bases de la ciencia del yoga.
Tú, Swamiji, tienes una misión que cumplir en el próximo advenimiento de un armónico intercambio entre Oriente y Occidente. Dentro de algunos años te enviaré a un discípulo a quien podrás adiestrar para la difusión del yoga en Occidente. Desde allá, las vibraciones de muchas almas, espiritualmente sedientas, fluyen hacia mí. Percibo la existencia de santos potenciales, tanto en América como en Europa, que únicamente esperan ser despertados.
En esta parte de su relato, Sri Yukteswar se volvió hacia mí, con una mirada directa.
—Hijo mío —continuó sonriente bajo los rayos de la luna—, tú eres el discípulo que hace años prometió Babaji enviarme.
Mucho me alegró el saber que Babaji había dirigido mis pasos hacia Sri Yukteswar; sin embargo, era muy difícil para mí imaginarme en el lejano Occidente, lejos de mi amado maestro y de la sencilla paz de la ermita.
—Babaji me habló luego del Bhagavad Guita —prosiguió Sri Yukteswar—. Con sorpresa de mi parte, él me indicó, por medio de algunos cumplidos, que sabía que yo había escrito algunas interpretaciones de varios capítulos del Guita.
—A mi súplica, Swamiji, te ruego asumir otra tarea —me dijo el gran maestro—. ¿No querrías escribir un breve libro que señale la armonía esencial existente entre las escrituras cristianas e hindúes? Su unidad básica se halla actualmente oscurecida por las diferencias sectarias que existen entre los seres humanos. Demuestra, a través de citas paralelas, que los inspirados hijos de Dios han hablado de la misma verdad.
—Maharaj—le contesté tímidamente—. ¡Qué mandato! ¿Podré cumplirlo?
Babaji rió calladamente.
—¿Por qué dudas, hijo mío? —me dijo para infundirme ánimo—. En verdad, dime, ¿de quién es toda esta obra, y quién es el Hacedor de todas las acciones? Todo aquello que el Señor me ha hecho decir, ha de materializarse en verdad.
Yo me consideré, entonces, capacitado para la obra, gracias a las bendiciones del santo, y consentí en escribir el libro. Sintiendo con tristeza que la hora de la partida estaba próxima, me levanté de mi asiento sobre las hojas.
—¿Conoces a Lahiri? —me preguntó el Maestro—. Es una gran alma, ¿verdad? Infórmale de nuestra entrevista. —Luego me dio un mensaje para Lahiri Mahasaya.
Después de haberme inclinado ante él en señal de despedida, el santo me sonrió lleno de benignidad.
—Cuando tu libro esté terminado, te volveré a ver —me prometió—. Por ahora, adiós.
Al día siguiente abandoné Allahabad y tomé el tren para Benarés.
Cuando llegué a casa de mi maestro, le conté toda la historia de lo sucedido con el maravilloso santo de la Kumbha Mela.
—¡Oh!, ¿y tú no le reconociste? —me preguntó Lahiri Mahasaya, mientras sus ojos bailaban de risa—. ¡Ah!, ya veo que no podías, porque él te lo impidió. ¡Él es mi incomparable gurú, el celestial Babaji!
—¡Babaji! —repetí asombrado—. ¡El yogui crístico Babaji! ¡El invisible visible salvador Babaji! ¡Oh, si yo pudiera hacer volver el pasado para estar una vez más en su presencia y demostrar mi devoción a sus santos pies de loto!
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