La adolescencia es un momento muy complejo, una etapa de transición entre la infancia y el mundo de los adultos. Son muchas las energías que son movilizadas dentro y fuera del adolescente. El cuerpo comienza a desarrollarse solicitando nuevas necesidades. Las relaciones con la familia, con los amigos, con ellos mismos… se sienten confusas y generan todo tipo de conflictos.
Conflictos de identidad que requieren muchas veces actitudes que los enfrentan con todo lo que hasta ese momento era su zona de confort. Se sienten fuera de lugar pues, aunque ya no son niños tampoco son adultos. La familia y el entorno escolar, por lo general, les tratan como niños-adultos pues es una etapa en la que las responsabilidades aumentan y aunque ellos pretendan estar a la altura a menudo no lo consiguen pues están en el inicio del proceso de maduración y enraizamiento.
Lo que antes les funcionaba, ya no. Sienten emociones intensas desde tristeza a enojo. Emociones que no saben cómo manejar, cómo canalizar… Y eso los lleva al desbordamiento. Se vuelven coléricos, apáticos, caen en procesos de depresión, de aislamiento. Miran al mundo como si lo vieran por primera vez. Se sienten incomprendidos y eso los lleva a la rebeldía que principalmente se manifiesta en casa con los padres, pero también en la escuela y en el entorno más social.
Nada está claro en sus mentes, lo que sienten, quiénes son, qué quieren ser… Es demasiado peso y tienden a buscar vías de escape que les ayuden a no pensar. Los adolescentes son personas en un proceso de evolución intenso, desconcertante, conflictivo, pero también intensamente creativo. Están receptivos y abiertos -al margen de su aspecto rebelde y contrario a la sociedad y a las reglas- a comprender qué les sucede y cómo recuperar el equilibrio emocional y la estabilidad. Necesitan comprender y ser comprendidos.
Principalmente deberían hallar en la familia ese espacio de comprensión, pero la sociedad de hoy en día está estructurada de tal manera para que todos vayan deprisa, preocupados, llenos de tareas por hacer, estresados y sin tiempo siquiera para respirarse a sí mismos. Lo cual no favorece una relación comprensiva y abierta entre padres y adolescentes, ya que aunque los padres se preocupen y muchas veces sufran por los procesos emocionales de sus hijos, se ven ellos mismos dentro de un bucle de estrés que no saben cómo gestionar.
De ahí la importancia de que no sólo los adolescentes necesiten aprender a relajarse y respirar, los padres también y representa un cambio sustancial en la relación familiar cuando los padres se comprometen con un trabajo personal de descompresión interna.
Y aquí es donde entra la práctica de Yoga que no son tan sólo posturas sino también el aprender a respirar, a enfocar la mente y mejorar la concentración, a soltar tensiones y relajarse, a recibir y dar masajes, a conectar con su corazón y sentirse libres para reconectarse con ellos desde un espacio íntimo y respetuoso.
Los adolescentes son extremadamente sensibles y pueden percibir si el adulto que les enseña y acompaña lo hace desde el una Presencia amable y sin juicios. El balance entre autoridad y ternura es la varita mágica con la que llevo muchos años enseñando yoga y meditación a adolescentes.
Aunque llegan a clase alterados y da igual que la clase sea un lunes y se suponga que se han relajado durante el fin de semana, suelen llegar malhumorados, agobiados y cansados. Se quejan de cansancio, de dolor en el cuerpo, están creciendo y su cuerpo cambia a marchas forzadas. Muchos son los días que llevan ojos enojados o tristes dependiendo de las experiencias que hayan vivido durante la semana. Su identidad personal y autoestima se ve puesta en jaque, día sí y día también. La adolescencia es una etapa de crecimiento y maduración a través del contacto con el “grupo”. Los conflictos y resoluciones entre amigos forman parte de su cotidianidad.
Es importante que en la sala de yoga se estiren y permitan a sus cuerpos descomprimirse, aumentar el nivel de oxígeno, relajando la mente y abriéndose a espacios de regeneración. La práctica de yoga les ayuda no sólo a relajar el cuerpo y la mente, también a desbloquear emociones, a superar miedos, a soltar ansiedad y todo tipo de tensiones.
Y, además, ¡se llevan todas esas experiencias sensoriales a casa con ellos! El saber que son capaces de sentirse mejor, de transformar una emoción densa en otra más luminosa, y darse cuenta de que pueden hacerlo, ¡que no es difícil, aunque lo parezca! En muy poco tiempo se estrecha el vínculo, sobre todo cuando sienten por parte del profesor reconocimiento y aceptación. Aumenta su autoestima y le ayuda a abrirse, fortaleciendo el vínculo emocional, con lo que la práctica de yoga se hace más íntima y profunda. ¡Enseñar yoga a adolescentes es un auténtico regalo! Cada clase es en sí misma la confirmación de lo mucho que necesitan espacios donde relajarse y volver a su centro, a su corazón. Enseñando yoga a adolescentes contribuimos a mejorar sus vidas y también el ambiente familiar y social.
El Yoga, la Meditación y el Mindfulness son pilares básicos con los que los jóvenes aprenden a caminar por la vida, sintiéndose más conectados y seguros de sí mismos.
El Método SuryaKiranam iniciará una nueva formación el próximo Octubre de 2018, en Barcelona, en Madrid y en Málaga Infórmate
Isabel Cervantes directora de Kaivalya Escuela de Yoga, miembro de la FEDEFY Profesora y Formadora de Profesores de Hatha Yoga, Profesores de Yoga para niños y adolescentes Método Surya- Kiranam, profesora de meditación transpersonal, profesora de mindfulness en la educación, profesora de canto védico, profesora de Kundalini Yoga
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