Las 4 cosas que todo ser humano debería de saber sobre sí mismo

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Estos días preparando apuntes para mis alumnos más jóvenes me preguntaba qué me habría venido bien que me contaran a esa edad, la típica clave que no entiendes en el momento, pero que con el tiempo va cobrando sentido. De esta reflexión salieron cuatro características básicas del ser humano que nos suele costar aceptar hasta que la vida nos las muestra rotundamente:

  1. Somos seres emocionales.
  2. Somos seres sociales.
  3. Necesitamos pasión.
  4.  Necesitamos un propósito mayor que nosotros.

1.  Somos seres emocionales.

Por más que nos guste pensarlo, no somos seres racionales. Aquello del “pienso, luego existo” en la realidad es mucho más “siento, y ya, si eso, después pienso”. Estudios recientes ya han demostrado que antes de tomar una decisión a nivel racional la tomamos a nivel emocional, y después buscamos razones que la justifiquen.

Como seres emocionales es importante que escuchemos lo que sentimos. Vivimos una época en la que parece que la ira, el miedo o la angustia están mal vistas. Cuando tenemos emociones “impopulares” nos sentimos culpables, como si no fuésemos lo suficientemente buenos, y las rechazamos. En su lugar deberíamos comenzar a comprender que las emociones son una energía cargada de información, si una aparece es con el único propósito de darnos un mensaje sobre nosotros mismos y sobre el entorno que nos conviene escuchar. Acallarlo intentando ser “buenos”, “correctos” o “racionales” es sencillamente un error, ya que estamos negando algo que es parte de nuestra misma naturaleza. Como dijo Jung “lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Ser conscientes de la emoción, prestarle atención, escucharla, intentar comprender su mensaje y actuar en consecuencia es lo mejor que podemos hacer. Demasiado a menudo, la emoción está ahí avisándonos de que nos estamos olvidando de partes de nosotros que son importantes: de cuidarnos, de hacer lo que nos hace felices, de tomar decisiones incómodas, de poner límites, de sentir nuestra vulnerabilidad, de parar…

2. Somos seres sociales.

Cuentan que el Maestro del Cuarto Camino Gurdjieff tenía un alumno de lo más indeseable, que ponía a prueba los nervios de los demás con sus comentarios desagradables. En una ocasión el Maestro tuvo que salir de la residencia que compartían para un viaje, durante su ausencia los alumnos se unieron para echar al “indeseable”, y lo lograron. A su regreso Gurdjieff se dio cuenta enseguida de que alguien faltaba y los demás orgullosos le contaron que le habían dejado claro que ese no era su lugar hasta lograr que se fuera. Al saberlo él fue corriendo a su casa para que volviera e insistió hasta que lo consiguió. Cuando volvió con él todos se enfadaron sin comprender qué estaba pasando. A lo que el Maestro les explico que era justamente ese alumno al que necesitaban cerca para conocerse mejor a sí mismos.

Es gracias al otro que crecemos, progresamos y tenemos la oportunidad de conocernos a nosotros mismos. El otro es nuestro mejor espejo y, nos guste más o menos, es el que nos muestra lo que escondemos dentro. Gracias a los demás somos capaces de ver que podemos hacer, sentir y ser mucho más de lo que creíamos. En soledad nunca conseguiríamos lo mismo.

Asimismo, cuando nos animamos a estar presentes y abiertos para el otro se produce un tipo de conexión que nos llena por dentro. Sentimos lo que el otro siente, empatizamos y juntos, de pronto, somos mucho más que separados.

3. Necesitamos pasión.

Nuestro cerebro es conservador por naturaleza, entre varias opciones siempre elegirá la más segura y es que, como animales que somos, estamos programados para la supervivencia, para acercarnos al placer y huir del dolor. Lo curioso es que esto entra en conflicto directo con ese “algo más” que somos y que necesita emocionarse, necesita aventura, necesita atravesar el miedo para sacar sus recursos más escondidos, necesita, en definitiva, sentirse vivo, no solo vivir.

De pequeños nos cuentan una vida lineal en la que somos niños buenos, estudiamos, vamos a la Universidad, buscamos un buen trabajo y una buena pareja y, si todo va como debería, eso nos hará felices. Lo habitual es creerlo hasta que comienzas a quemar etapas y a una determinada edad te das cuenta de que todo eso es mentira. Ni la vida ni nosotros somos lineales, ni falta que hace. Dar un sentido de aventura a nuestra vida cambia nuestra percepción sobre ella. Avanzamos emocionados con “lo que puede pasar”, no como víctimas a las que “les pasan cosas”. Confiamos en que, de alguna forma, todo se soluciona y, sino normalmente lo que puede pasar no es tan malo como que no pase nada.

Por ejemplo, pasarnos cinco años esperando a que nos despidan de un trabajo que odiamos para poder cobrar la indemnización, puede que en el momento nos parezca una idea lógica, mientras que si lo vemos desde otra perspectiva son años que hemos perdido en hacer algo que nos entusiasme, de luchar por un proyecto en el que creemos o de afrontar nuevos retos. Con las parejas pasa lo mismo. Cuando asumimos la seguridad de “tener” a alguien nos olvidamos de la emoción y la pasión absolutamente necesarias para mantener una relación viva.

Llenar nuestra vida de una dosis de caos, miedo y falta de predicción en la dosis que cada uno pueda llevar bien, hace que sintamos la vida en nuestro cuerpo y que nuestro paso por ella sea mucho más aprovechado y que tengamos más historias que contar cuando miremos atrás. Recuerda que en el lecho de muerte todos nos arrepentimos de lo que dejamos de hacer, no de lo que hicimos.

4. Necesitamos un propósito mayor que nosotros.

Hay una diferencia grande entre aquello que nos puede hacer sentirnos bien en un momento dado (irnos de fiesta, una charla con amigos o darnos un capricho yendo de compras) y lo que nos hace estar contentos con nuestra vida en el largo plazo. Los investigadores de la psicología de la felicidad, como Martin Seligman, dicen que si al final de nuestra vida deseamos mirar atrás y estar contentos lo mejor es tener una vida con significado. Conseguirlo implica descubrir y reconocer nuestras cualidades, lo que nos encanta hacer y que, además, es bueno para todos. Personalmente suelo llamarlo “tu canción”. Esa canción única que solo tú puedes cantar y que cuando lo hagas tú serás feliz y los demás lo seremos también.

Tener en cuenta estas cuatro características antes de tomar decisiones importantes para nuestra vida puede cambiarlo todo, seguramente a mejor. Ya sabemos que, a veces, hacerlo no es del todo sencillo, pero como dice Jerzy Gregorek: “Decisiones fáciles, vida difícil. Decisiones difíciles, vida fácil”.

Raquel Rús
www.raquelrus.es
Profesora certificada de Eneagrama y EFT. Especialista en Psicología energética y Gestión emocional

raquelrus@hekay.es

 

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