Así tal cual. Tarados estamos todos, lo único que establece una diferencia es que algunos lo sabemos hace tiempo y otros siguen negándolo. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española una tara es un defecto que disminuye el valor de algo o alguien. He ahí el engaño. En mi opinión, defectos tenemos todos y como es algo generalizado no tiene la menor importancia. Digamos que lo importante es aceptar que es una característica humana: “los humanos estamos todos tarados”. Tampoco me parece tan importante. Creo que sencillamente enuncia una realidad que llevamos tiempo negando.
No somos perfectos, solo hay que ver cómo está el mundo para comprobarlo. Por otra parte quizás lo perfecto sea esta situación que nos obliga a vernos a nosotros mismos, a vernos como realmente somos, para ser capaces de trascender lo que nos hemos contado que somos y averiguar que más hay en nuestro interior.
Eso sí, la premisa básica para hacerlo es aceptar que estamos tarados. Y que los demás también lo están. Si no, es imposible.
Algo recurrente en consulta y en los cursos es escuchar a gente estupenda aceptar que ellos están mal (tristes, ansiosos, con miedo, con traumas…), pero con la fantasía constante de que los demás están genial. Entonces se sienten raros, defectuosos… tarados. Da mucha paz interior saber que no, que es algo extendido y, por tanto, normal. Así que sí, tú que me lees, tienes taras ¡bienvenido al club! La pregunta crucial no es si estamos o no mal de lo nuestro, lo interesante es qué vamos a hacer con ello y si afecta a nuestro valor personal.
Como ya he dicho antes, la RAE dice que sí. Que una tara disminuye el valor de alguien. ¿Y si eso fuera un gran engaño? ¿Y si fuera precisamente la tara lo que nos diera fuerza para avanzar? Cada día veo más claro que es así. Es el dolor, la pérdida, el miedo, el enfado, la angustia, la ansiedad, la injusticia, la soledad, el vacío, el maltrato, la vulnerabilidad, la rigidez, la falta de amor, la desconexión interna, el agotamiento… lo que nos hace decir “hasta aquí“ y nos obliga a tomar decisiones nuevas.
Cada decisión que no tomamos antes nos aterroriza y cada toma de consciencia nos duele y, sin embargo, si a pesar de todo seguimos adelante vamos creando una versión de nosotros mismos más íntegra. Eso es porque dejamos de negar todas esas emociones incómodas y aceptamos nuestra humanidad. Dejamos de intentar parecer perfectos, fuertes e invulnerables. Eso nos acerca automáticamente a algo mucho más poderoso y honesto: lo que somos.
Estar íntegro, o al menos intentarlo, es no negar partes de nosotros. Sí, esas taras son nuestras ¿y? Abrámonos a ver qué nos tienen que decir, atendámoslas a ver a dónde nos llevan, recorramos ese camino.
Lo cierto es que también podemos negar que estamos tarados, creer que todo estuvo bien en nuestro pasado, que nada dolió, que nada nos marcó, que si no se habla de ello es que no existe y que ya lo superamos, que sí que hay gente que está mal, pero esos no somos nosotros. Mirar hacia otro lado es, claramente, otra estrategia, lo que pasa es que esta no te lleva a ningún sitio. Aunque es cierto que puede que te ayude a dejar de ver tus taras, lo que no quiere decir que no estén y que no estés sufriendo las consecuencias de no atenderlas.
No somos perfectos y eso no es malo, es una característica humana. La perfección es una idea, nosotros necesitamos ser reales. Los seres humanos solemos tener partes en nuestra vida que son desagradables, que dolieron, que nos hicieron sentir menos, que no queremos recordar. Eso no quiere decir que esas partes no tengan un valor esencial. El otro día leí esta frase: “Perdona a aquellos que no supieron cómo amarte, te están enseñando cómo amarte a ti mismo“. Creo que ese es el quid de la cuestión. Eso que sentimos como un defecto en nosotros nos obliga a preguntarnos sobre la vida, a conocernos, a amarnos y al final se convierte en un regalo.
¿Nuestras taras son un regalo? Sospecho que es así si somos capaces de verlo así, de aceptarlo, de sentir todo lo que no apetece ser sentido para poder trascenderlo. La semana pasada enseñando Eneagrama, un potente sistema de autonocimiento que divide en nueve los tipos de personalidad, veíamos como uno de estos tipos se sentía más defectuoso que el resto, con una peor infancia, con experiencias más dramáticas. Me encantó cuando todos terminamos riéndonos de nuestros orígenes, de nuestras historias y comentando el gran autoengaño que tenían estas personas si miraban al resto y se veían a sí mismas como inferiores por sus vivencias. Es esa humanidad, ese compartir lo que nos hace ir más allá de nuestras propias expectativas.
Estamos tarados, pero no por ello somos defectuosos. En muchos casos es esa tara la que nos genera la necesidad y nos da la fuerza de encontrarnos a nosotros mismos. Si es tu caso, estarás conmigo en que tarados somos mejores. Es bueno no olvidarlo mientras estamos aquí.
Raquel Rús
www.raquelrus.es
Profesora certificada de Eneagrama y EFT. Especialista en Psicología energética y Gestión emocional.
raquelrus@hekay.es