Tras 20 años ejerciendo la Medicina como médico de cabecera (en Madrid, en Collado-Villalba, en Carrowbawn –aldea en zona rural del Oeste de Irlanda- y en Holywood –muy cerca de Belfast), y, aun trabajando con el mejor sistema médico holístico que conozco, la Medicina Antroposófica, mientras la salud y satisfacción de mis pacientes iban en constante aumento, las mías se deterioraban más y más.
En el año 2003 un buen día, tras unas bellas, intensas y profundas consultas (rara vez una de mis consultas duraba menos de una hora), tomé mi presión arterial y estaba en 25/17. Y eso bajo tratamiento, el mío propio y el del médico del servicio nacional de salud irlandés que incluía 4 diferentes fármacos alopáticos no exentos de efectos secundarios. Entonces tomé la decisión de hacer una pausa y retomar mi pasión juvenil por el esquí, viajando a Canadá y enrolándome en cursos de formación como profesional de la enseñanza del esquí durante casi cinco meses.
En gran parte, la presión que se manifestaba en mi hipertensión arterial era debida a mi sentido de responsabilidad por la salud de mis pacientes. Tradicionalmente los médicos somos los responsables de la salud de los pacientes, tanto para ellos como para nosotros mismos. Y mi cuerpo dijo: ¡basta! Yo escuché. No tenía intención de ser un mártir más en la profesión médica. Al regresar de Canadá hice un intento tímido de volver a ejercer con normalidad pero pronto me di cuenta de que no iba a ser posible, si quería recuperar mi salud.
Pensé en ejercer a tiempo parcial y, después de trasladarnos toda la familia a Andorra para comenzar a ejercer felizmente mi nueva profesión como profesor de esquí (mi familia comprendió mi situación y me apoyó en el gran cambio, a pesar de estar perfectamente integrada socialmente y en todos los demás aspectos en Irlanda –país maravilloso en sus paisajes y sus gentes pero sin nieve), continué un tiempo viajando regularmente de vuelta a Irlanda y trabajando en los lugares donde había tenido mis consultorios. En uno de esos viajes, con mi salud mejorada pero aún con problemas, un chamán se ofreció a ayudarme.
Me reveló la existencia de un “contrato” prenatal entre mi bisabuelo materno (médico epidemiólogo, catedrático en la Universidad de Manila) y el que escribe. Al fallecer, él sentía que su tarea no estaba concluida y aparentemente yo me ofrecí a ayudar. Según el chamán, el “contrato” ya se había cumplido y yo quedaba libre para continuar mi camino. A pesar de lo extraño de la historia, sentí de inmediato la certeza de su veracidad y cancelé el resto de mi apretada agenda de trabajo. A continuación el chamán me dijo unas palabras más, que por entonces no comprendí del todo: “pero esto no termina aquí, un día llegará en el que volverás a ocuparte de la salud de la gente, y lo harás con algo nuevo, con algo que tiene que ver con vibración y resonancia, algo que tomará proporciones épicas”.
Diciembre de 2010, siete años después del cierre de mi consulta en Irlanda, un aneurisma disecante de aorta se presenta bruscamente mientras entreno en las pistas de esquí, como cada día, antes de comenzar las clases. En helicóptero a Barcelona, con escasas posibilidades de sobrevivir. Cirugía de urgencia: toracotomía, 8 horas de quirófano, 20 minutos con el corazón parado. Al despertar, la pregunta de mi hermano “¿has visto el túnel, has visto la luz?” me ayuda a recordar: Presencia de amor infinito, sabiduría inmensa, comprensión total hacia mí y hacia todos y cada uno de los seres humanos. Conocimiento completo del perfecto funcionamiento del universo en sus más mínimos detalles. Me doy cuenta de que el mundo no necesita ser salvado. Todo está bien. Estamos en las mejores manos. Me recupero casi totalmente y a los pocos meses puedo volver a esquiar.
Tres años más tarde, una sugerencia de YouTube: el documental “The Living Matrix” (La Matriz de la Vida) llega a mis ojos y oídos. Allí, el niño griego Dimitri, sana de su parálisis cerebral infantil tras su primer encuentro con el Dr. Eric Pearl. Mis orejas interiores se yerguen de inmediato. Investigo (sinónimo contemporáneo de buscar en internet) y encuentro más vídeos, mi interés crece. Compro el libro de Eric Pearl, “The Reconnection. Heal Others, Heal Yourself.” (“La Reconexión. Sana a Otros, Sánate a Ti Mismo.”). Mis manos se despiertan, vibran, cosquillean. Pruebo jugando con un compañero de trabajo: la primera sanación.
Quiero aprender más y resolver mis dudas. ¿Quizás iniciar una nueva aventura profesional? Leo sobre los cursos de formación en Reconnective Healing® y The Reconnection®. Ahora mismo podría pagarlo. Hago mi Reconexión en Barcelona (requisito para aprender a hacerla profesionalmente y certeza de la que nadie podría apartarme). Programas de formación de los tres niveles accesibles para mí en Londres, Noviembre 2013.
La evidencia de la potencia de las frecuencias de Reconnective Healing® en mí, en los otros participantes, en el ambiente que impregna todo el trabajo, en las brillantes conferencias de Eric, resuelve, poco a poco, las dudas intelectuales que me abrumaban (como a cualquiera que haya recibido una formación académica universitaria durante diez años). La experiencia personal, mientras otros practican sobre mí tendido en la camilla, es evidente e indiscutible: cualquiera puede aprenderlo.
Regreso a Andorra y de inmediato comienzo los trámites legales y administrativos para ejercer profesionalmente Reconnective Healing® y The Reconnection®. Comunico a mis antiguos pacientes en España e Irlanda mi descubrimiento y nueva ocupación, abro mi práctica legalmente establecida en Andorra y comienzo el trabajo, en Andorra, en Villalba y en Irlanda (y también en Nantes donde mi hermano oftalmólogo me anima a trabajar con algunos de sus pacientes). ¡Oh maravilla! Puedo de nuevo ayudar a los demás con su salud y con su vida, pero esta vez mi salud mejora con cada sesión de trabajo. Puedo sentirlo y pronto se confirma en mis scanners y con mi cardiólogo.
Practicante Fundacional de Reconnective Healing®, Certificado para practicar the Reconnection®, Mentor en formación. Es ahora mi segunda profesión (¿o ya es la primera?) junto a la de profesional del esquí.
Cada sesión es un honor y un placer. El cliente (tras 20 años de práctica médica me ha costado tiempo dejar de llamarlos pacientes, pero lo he conseguido) se recuesta vestido en la camilla de masaje, cierra los ojos, se relaja, y comienza el baile: pongo mi atención en el campo cuántico (the zero point field), en el cliente y en mis manos o cualquier otra parte de mi cuerpo que se active en el trabajo, y juego con el mecanismo de triple retroalimentación que se produce: sensaciones en mis manos, “registros” en el cliente (pequeños –y en ocasiones no tan pequeños- movimientos involuntarios que aparecen durante la sesión en cualquier músculo del cliente, a veces en lugares donde ya había olvidado que existen músculos), sensación de salir del espacio-tiempo, percepciones que tras la sesión el cliente puede decidir compartir, todo se unifica y se diferencia en una danza maravillosa que me deja lleno de vitalidad y energía tras cada sesión.
Los clientes reportan sanaciones a nivel físico, mental, anímico y espiritual, nuevas energías y nueva claridad en su camino vital, puertas que se abren, relaciones que comienzan o se aclaran, caminos profesionales y finanzas que se consolidan, estabilidad emocional, líbido mejorada, y un flujo constante de gratitud y confianza renovada en su existencia.
Practicar y ayudar a difundir este trabajo se ha convertido en parte de mi vida. Las frecuencias de Reconnective Healing® me son cada vez más familiares, comienzo a entender a Eric cuando dice que respira, come y bebe las frecuencias. Y ahora recuerdo aquella frase del chamán: “pero esto no termina aquí, un día llegará en el que volverás a ocuparte de la salud de la gente, y lo harás con algo nuevo, con algo que tiene que ver con vibración y resonancia, algo que tomará proporciones épicas”.
Miguel Fraguas Poole
Reconnective Healing® Foundational Practitioner, Reconnection®-Certified, MD/Médico
miguel@iol.ie