La Mente Quieta

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Es una constante en todas los sistemas de autorrealización de Oriente, la certeza de que además de la caótica mente de superficie y el desorden subconsciente, existe otra dimensión de mente que sólo de manera fortuita y muy fugaz se manifiesta, como, por ejemplo, cuando nos quedamos absortos mirando el fuego o contemplando un amanecer, o dando un sentido abrazo a un ser querido, o ensimismándonos en el silencio de la naturaleza, o anonadándonos con una melodía. En tales situaciones, al suspenderse el pensamiento, y por tanto quedar mitigado el ego, tenemos un toque de quietud profunda y que nos conforta, armoniza y enriquece. Hemos, improvisadamente, visitado la otra mente, la mente quieta, la que se oculta detrás de la mente conceptual, como la perla en la ostra o la nata en la leche. Ese ente quieto, independiente de esquemas y viejos patrones, libre de ideaciones, apegos y aversiones, que es fuente de armonía, serenidad, bienestar y equilibrio, reporta vivencias que liberan y enfoques que están libres de juicios y prejuicios y que permiten ver más allá de las apariencias, las proyecciones y las interpretaciones.

Esa mente quieta, a la que se aproxima uno mediante la introspección, la meditación y la transformación interior, es clara, espaciosa, no egocéntrica y portadora de sabiduría. Aunque la mente ordinaria, con sus ideas y conceptos, es necesaria para la vida diaria, resulta insuficiente para alcanzar la paz interior y encontrar respuestas existenciales, en tanto que en la mente quieta, silenciosa y profunda, ajena a los apegos u odios encandenantes, hay bienaventuranza, calma y claridad. Ego y pensamientos confabulan para robar la dicha interior y la serenidad, pero muy antigua es la enseñanza de que «cuando el pensamientos cesa, se manifiesta la luz del ser».

A esa mente quieta, unas corrientes espirituales le denominan rigpa o la clara luz, otras unmani o no-mente, otras wu-nieng o no-pensamiento, otras el no-saber, pero son diferentes palabras para el mismo hecho: que todo ser humano, cuando acalla su mente caótica de superficie y logra conectar con la fuente interior o antesala del pensamiento, logra una dimensión de consciencia que transforma y libera, accediendo a una experiencia muy intensa de unidad, quietud y visión clara de la certeza de que todo es interdependiente.

La mente de superficie y el pensamiento saturado de avidez, ofuscación y odio, no logra salir de su embrollo y no percibe lo que es, sino lo que quiere o teme u odia. La mente de superficie añade confusión a la confusión, y es como lavar manchas de tinta con tinta. Según el gran místico Kabir, es un fraude, un timo, una casa con un millón de puertas. Esa mente no ha cambiado ninguno de los problemas reales del ser humano y de la sociedad, y perpetúa, desoladoramente, todos las inmensas dificultades que construyen una visión estrecha y egoísta. De la ofuscación solo nace ofuscación, dónde no cabe la lucidez ni la compasión.

Se requiere el apoyo de una mente nueva, más sosegada y clara. No hay que irla a buscar a ninguna parte, porque está en la misma naturaleza profunda de la mente, a la espera de ser encontrada y actualizada. Es paz y es unidad, es silencio y es amor, es luz y es apertura. Todas las genuinas técnicas de autorrealización, desconfiando de la mente programada y de superficie, tratan de proporcionarnos enseñanzas y métodos para poder despertar a una mente nueva y capaz de saltar fuera del circuito del apego-odio, el ego y todos sus tentáculos. Para poder encontrar el ojo de buey hacia la mente quieta, han surgido numerosos métodos de meditación, como el del yoga, el vipassana, el mahamudra, las técnicas místicas contemplativas, el zazen y tantos otros.

Igual que el sol puede ser velado por espesas y macilentas nubes, pero no por eso deja de existir; del mismo modo que una lámpara no se puede ver tras un negro cortinón, así la mente quieta es velada por los patrones y tendencias insanas de la mente condicionada. Pero la libertad y la esperanza, la certidumbre y el sosiego, están en la mente no egocéntrica, esa energía de plenitud inafectada, que es común a todo lo constituido y que el buscador espiritual, como un sabueso incansable, trata de conquistar, no sólo por beneficio propio, sino también por el de las otras criaturas, porque cuando uno descubre su rostro original, se percata, gloriosamente, de que en el mismo alumbran los rostros de todas las criaturas sintientes. Entonces sólo hay lugar para una infinita compasión, ya que en la mente egocéntrica sólo hay exclusión, pero en la mente quieta sólo hay inclusión.

Ramiro Calle
www.ramirocalle.com

 

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