La gente buena también dice que no

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Es habitual que a terapia llegue alguien y deje caer un comentario del tipo “qué buena era mi madre, todo le parecía bien siempre”. Al que suelo contestar con una pregunta “¿cuidaba de sí misma?”. Todavía no me he encontrado a nadie que me conteste afirmativamente.

Tenemos un concepto de bondad un tanto distorsionado. Aquella persona que siempre nos dice que sí, la que nunca se queja, la que jamás pone un límite, la que pone a los demás por delante de sí misma… Una persona que hace esto o bien está negando sus propias necesidades, pero tenerlas las tiene, o bien espera que alguien averigüe cuáles son y las cubra. Ambas opciones, en el corto plazo, son bienvenidas, en el largo, suelen traer problemas.

Y es que, tarde o temprano esas personas explotan. Bien echando en cara lo realizado por los demás o bien poniéndose enfermas. Lo que todos queremos es poder manifestar nuestras necesidades sin miedo, porque la gente buena, que siempre dice sí, esconde mucho temor a que los rechacen, a lo que pensarán de ellos, a parecer malos o a hacer daño. Conozco a más de una persona que teme a la asistenta que le limpia la casa y no le dice lo mal que lo hace ¡por no molestarla! Si la base de nuestros actos es el miedo, éstos no pueden ser sanos.

Leyendo por Internet encontré no hace mucho una frase que me encantó “no puedes hacer feliz a todo el mundo, no eres un bote de Nocilla”. Qué gran verdad. La necesidad de agradar constantemente a los demás es una enfermedad, una falta de respeto a nosotros mismos y, aunque de primeras pueda parecer lo contrario, también lo es hacia los demás.

Cuando no decimos de verdad lo que sentimos por miedo a hacer daño estamos asumiendo que el otro no puede gestionar lo que ocurre, y eso es una manera de menospreciarlos. Como si nosotros fuéramos muy adultos y ellos niños que pudieran enrabietarse. Para evitarlo, habitualmente, lo que hacen las personas a las que les cuesta poner límites es usar alguna de las siguientes estrategias, entre otras:

  1. Esperar a que el otro se aburra: Pongamos que me han invitado a un cumpleaños al que no puedo ir, quizás para no decir que no cuenten conmigo voy dejando para más tarde dar una respuesta. Ciertamente eso no es decir que no y con ello podemos asumir que el otro no se molestará, aunque en realidad lo que hacemos es tenerle esperando con la falsa esperanza de que iremos.
  2. Mentir: Para no tener que decir claramente lo que sentimos o pensamos o las circunstancias que nos impiden decir que sí, nos inventamos una excusa.
  3. Manipular: Convencer al otro de que en realidad quiere algo diferente a lo que desea en realidad para no tener que enfrentarnos.
  4. Evitar encuentros: Con el objetivo de no ver a la persona a la que tenemos que poner algún tipo de límite. Eso genera una tremenda distancia en nuestras relaciones.
  5. Decir que sí cuando quiero decir que no: Generando el consiguiente resentimiento, ya que espero que el otro se dé cuenta de mis necesidades y las escuche, cuando soy yo quien no hace ni lo uno ni lo otro.

Todas estas estrategias no suenan muy “bondadosas”, más bien son un tipo de agresión pasiva. Al no hablar claro generamos muros en nuestras relaciones, así como frustración externa e interna. Todo lo contrario a lo que en realidad deseamos: estar cerca de los demás y ser queridos.

Lo curioso es que cuando se pregunta a la gente qué características tiene alguien a quien de verdad admira suele contestar: dice lo que piensa y está seguro de sí mismo. Es decir, que es una persona que pone límites.

Las personas a las que les cuesta decir “no” se sienten inseguras, no queriendo molestar, están enfadadas consigo mismas o resentidas con las demás. Mientras que los que se animan a poner límites miran dentro de sí mismos, conectan con sus necesidades y las manifiestan. Por ello son capaces de respetar las necesidades de los demás aunque no las comprendan, y aceptan un no por respuesta. Saben poner límites y los aceptan, porque son sanos. Incluso animan a aquellos a quienes les cuesta decir lo que necesitan a hacerlo, porque se interesan de corazón por ellos. Es una señal de confianza básica para tener relaciones profundas y honestas.

Lo malo es que muchos relacionamos poner límites con estallar, ser bruscos o groseros. Esto es así porque de tanto aguantar y callar, cuando decimos lo que queremos lo hacemos desde el dolor interno. En cambio, al volverlo una práctica habitual en nuestra vida, podremos negarnos con calma, con seguridad, con sinceridad y con respeto. ¿Que el otro lo toma mal? Será porque él mismo no sabe poner sus límites. Es muy cómodo tener a alguien cerca que siempre dice que sí, aunque lo cómodo no es necesariamente lo sano. Si una persona es incapaz de respetar lo que somos y necesitamos, quizás no sea la persona adecuada para estar en nuestra vida. Ninguna relación sana se basa en el miedo, sino en el amor.

La gente buena es la que tiene bondad, eso quiere decir que se respeta y respeta a otros, que mira lo mejor para todos, que busca relaciones sinceras. Eso, en muchísimas ocasiones, implica dar un “no” por respuesta.

Raquel Rús
raquelrus@yahoo.es
www.raquelrus.es

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  • Que buen articulo. Me siento totalmente identifucada con esto desde mi infancia. Estoy trabajando en ello. Es todo un proceso. Gracias por publucarlo.

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