El Yoga del Amor Consciente

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Ha existido en todas las épocas. Es el enamoramiento puesto al servicio del desarrollo de los potenciales internos y de la consciencia para trascender y lograr finalmente el a-mor o amor sin muerte. Esa corriente de amor iniciático fue bien conocida por los tántricos de la India y muchos siglos después por la tradición de los Fieles de Amor, de los que formaban parte esos dos grandes amadores que eran Dante y Petrarca.

Alentó también a los trovadores y su amor cortés, y ha sido asimismo fuente de inspiración para los poetas y, sublimándolo hacia el Divino, para los místicos. Pero ese enamoramiento, que llega a emborrachar los sentidos y aturdir la mente, no está exento de riesgos y puede desencadenar los peores dragones de la pasión: los celos, el afán de posesividad y de acaparar, las exigencias y reproches, las expectativas y el rencor. Entonces la miel se convierte en hiel y el amante no es capaz de poner alas de libertad al amado/a. En tales casos, al comerse el cebo del amor, el amante se traga el anzuelo envenenado, y en tales ocasiones el a-mor o amor sin muerte, se convierte en mor o amor con muerte. De la misma manera que el suelo sobre el que nos desplomamos es en el que tenemos que apoyarnos para incorporarnos, el amor iniciático y el enamoramiento mágico deben ir dando paso al almor (amor del alma) y a la consciencia libre e iluminada. Así, lo que a unos debilita a otros fortalece; lo que a unos conduce al aferramiento y el amor egoísta, a otros les eleva al amor consciente, y que sabe poner las condiciones para que la otra persona sea dichosa aún a riesgo de perderla.

El secreto está en poder transformar el amor pasional (donde muchas veces tan solo se captan las sensaciones placenteras que la otra persona nos procura, pero no se ve a la persona misma) en un amor consciente y desde el ser y no solo desde el cuerpo. Eso no quiere decir que la carnalidad no pueda seguir jugando su papel, pero sin atolondrar la consciencia, sino al revés, convirtiéndose en soporte para alcanzar estados más elevados de consciencia.

El amor consciente o con sabiduría, es uno de los yogas más elevados, porque trata de conciliar los intereses propios con los de los demás, abonando y expresando los buenos sentimientos y tratando de debilitar los insanos o tóxicos. Mediante la práctica del amor consciente hay que ir superando los celos, el egocentrismo, el afán de posesividad, las exigencias, reproches y manipulaciones. Es un amor que surge del corazón, pero se vive a la luz de la consciencia, y que por tanto valora a las otras personas tal como son y no tal como uno querría que fueran. Este tipo de amor es altamente transformativo y permite la comunicación de ser a ser, saltando más allá de las barreras del ego.

Para poder dar lo mejor de uno mismo a los demás, también debe uno dárselo a si mismo. Y ¿qué es lo mejor que uno puede darse a si mismo? Una mente sana y equilibrada y unas emociones armónicas y positivas. Para ello hay que irse liberando de la ofuscación, la avaricia y el odio, y así podrá eclosionar en uno la energía de la compasión, la benevolencia y la indulgencia que podremos brindarles a los otros. No cabe duda, pues, de que, así como uno se siente, así se relaciona. La persona que se ha liberado de tóxicos mentales y emocionales, que ha superado carencias afectivas y traumas emocionales, que está más madura psíquicamente, puede mejor relacionarse desde la fecunda interdependencia con los otros, evitando precipitarse tanto en el extremo de la egocéntrica autosuficiencia como en el de la dependencia.

El yoga del amor consenciente exige autoconocimiento, discernimiento e incondicionalidad. Es desapego, pero no despego. Pone en marcha el ánimo cooperante, sabiendo que todos formamos parte de una gran familia de seres sintientes, donde todos son igualmente importantes y necesarios. Desde la dimensión del amor consciente, no hay lugar para los celos, el afán de posesividad o dominio, la necesidad de acaparar, las expectativas o exigencias y mucho menos los reproches o competencia de egos. Es un amor para el crecimiento interior y no para el aferramiento, el miedo y la imposición. De ahí el antiguo adagio: «Los dioses aman conscientemente y el que ama conscientemente se convierte en un Dios».

Ramiro Calle
www.ramirocalle.com

 

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