“El lugar donde la muerte no nos alcance no existe. No existe en el espacio, no existe en el océano, ni si te yergues en mitad de una montaña. “ Buda
Buda nos dice que todo lo que nace tiene que morir. No hay nada que se pueda hacer al respecto, y lo sabemos. Ante la muerte, podemos reaccionar de dos maneras: la primera, como demasiado a menudo hacemos, huyendo de todo lo que tenga relación con ella, ni tan siquiera soportando el sonido de su nombre y cerrando los ojos ante su presencia; y la segunda, entendiendo su inexorabilidad, mirándola de frente, profundizando en su significado y conociéndola. Los textos budistas nos dicen que esta segunda forma de actuar es mejor y nos recomiendan no escondernos ni esconderla, sino reflexionar mucho y meditar hasta llegar a conocer lo que, nos pongamos como nos pongamos, vamos a tener que experimentar.
Huir de la muerte carece de sentido. Aunque nos asuste, aunque tan sólo la idea ya nos incomode y nos haga sentir desasosiego, creer que con esta actitud vamos a poder librarnos definitivamente de ella es inútil, y al final no obtendremos beneficio alguno con este comportamiento. Pasa igual con la vejez. En nuestra sociedad, las personas de cierta edad no quieren asumirla, la ocultan. En determinados ambientes, preguntar los años a una persona madura está considerado de mala educación. La palabra “viejo” tiene una connotación despectiva. Si calificamos a alguien con este término, lo más seguro es que se enfade, porque lo percibirá como un insulto. Es muy importante que no nos escondamos ante estos temas, por otra parte inevitables.
La muerte, queramos o no pronunciar su nombre, vendrá un día y si hemos permanecido de espaldas a esta realidad, ¿qué haremos cuando la tengamos frente a nosotros, cuando ya no sea una palabra ante la que taparnos los oídos? Si nos hemos pasado la vida huyendo, intentando creer que a nosotros no nos va a llegar, cuando ocurra lo vamos a pasar muy mal, nos sentiremos llenos de miedo, estupefactos. Este estado mental tan agitado justo cuando comienza el proceso de la muerte es muy perjudicial.
Los últimos momentos de conciencia son de extrema importancia para nuestra siguiente existencia. Nuestro futuro, el buen o mal renacimiento que obtengamos, depende en gran medida de estos últimos momentos, así que será conveniente que nos pongamos a trabajar para que, llegado el momento, las prácticas llevadas a cabo durante toda nuestra vida nos sean de ayuda para mantener la mente en calma y vivir el proceso de la muerte con tranquilidad, libres de distracciones, de arrepentimientos o de recuerdos negativos poco convenientes en esos momentos.
Los no budistas no creen en la existencia de vidas anteriores o futuras, y también hay personas que, simplemente, ni creen ni dejan de creer: no se lo plantean. Sin embargo, existen muchos testimonios de personas que pueden recordar sus vidas pasadas. Los tibetanos llamamos a estas personas “con cuatro padres”, porque tienen, además de los dos de esta vida, los otros dos que recuerdan y que, en ocasiones, hasta llegan a reconocer. Estos sucesos se han dado también en personas y familias que no eran budistas, por lo que son una buena prueba de la existencia de la reencarnación. No obstante, para creer basta con un único caso; una vez que le ha ocurrido a una persona no podemos decir que son cosas que les ocurren a unos sí y a otros no.
Nosotros, los budistas, aunque no recordemos nuestras vidas anteriores, creemos en el renacimiento, lo que nos será de gran ayuda no sólo en el momento de la muerte, sino también durante nuestra vida, pues hará que nos esforcemos en trabajar, en meditar mucho. Sabiendo que la muerte llega en un instante y que es impredecible, debemos procurar llegar a ese momento lo suficientemente preparados para afrontarla. Si nuestro temor es grande, tendremos que meditar mucho; si no lo es tanto, un poco menos. Lo que nunca debemos hacer es pasar la vida mirando hacia otro lado, intentando ignorar que la muerte existe: es un gran error. No querer ver, oír o pensar en la muerte supone no vivir profundamente, no extraer la esencia de la vida. Si vamos a pasar los veinte, cuarenta o cien años de nuestra vida distraídos con cosas como la comida, los caprichos, casas, coches, familia, etc., entonces, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Para qué hemos nacido? No pensar en la muerte hace que nuestros actos sean sólo para nuestro propio beneficio.
Desde el punto de vista budista la experiencia real de la muerte es muy importante. A pesar del karma que hayamos acumulado durante la vida presente y las pasadas, si en el momento de morir generamos un estado mental positivo, podremos activar un karma virtuoso y de este modo tener un buen renacimiento. Durante la muerte se pueden presentar experiencias interiores profundas y beneficiosas. Mediante la familiarización con el proceso de la muerte a través de la meditación, un meditador experimentado puede utilizar el momento del fallecimiento para progresar en su camino espiritual.
Del libro “Vagando por El Samsara” de Geshe Tsering Palden
www.budismotibetanolavera.com/es/