7 consejos para hablar en las cenas familiares y llevarnos todos bien

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“¿Todavía no tienes pareja?”, “¡Caray! Este año has engordado”, “¿Tu proyecto ya es rentable o sigues como siempre?”, “¿Cuándo pensáis tener hijos? ¡Se os va a pasar el arroz!”, “¡Niña! ¿Sigues sin novio? Qué pena, con lo mona que eres”. A veces más que a una cena navideña parece que uno va al frente de batalla. Lo curioso es que todos deseamos disfrutar más de los nuestros, generar un clima agradable donde poder compartir. Para que este año lo consigas aquí te dejo algunos consejos.

1. Equilíbrate antes de llegar:

El momento previo a llegar a la cena puede ser de nervios: intentar que nada se te olvide, saber que te vas a encontrar a ese familiar que no te hace súper feliz, que todo el mundo salga de casa a la hora… Por eso, para empezar bien antes de salir, es muy bueno utilizar algo que nos equilibre. Si sabes alguna técnica que te funciona siempre ¡úsala! A mí me gusta mucho el PACE, el EFT o el Reiki. Si no se te ocurre nada en concreto intenta salir a andar media horita a buen ritmo unas horas antes de que comience la vorágine, también te aconsejo una postura de yoga muy buena para activar el sistema parasimpático (el de cuando estamos relajados), se llama “viparita karani”. En youtube hay varios vídeos para que puedas hacerlo bien, básicamente se trata de tumbarte, pegar el culo a la pared y subir las piernas. Y no te olvides de beber bastante agua, estar hidratados siempre baja la ansiedad.

2. Acepta que nadie es perfecto:

Deja de esperar que tu tía, tu madre o tu hermano cambien. Hacerlo o no sólo depende de ellos y de sus necesidades, no de lo que tú quieres. Absolutamente todos deseamos que nuestra familia sea como nosotros para que nuestra vida sea más sencilla, ya va siendo hora de aceptar que es algo que no pasará. Oye, y si pasa, esa sorpresa que te llevas. Pero para no tener disgustos mejor asumamos que cada uno es como es y hace lo que puede, tú también. Así que lo que hay es lo que hay. Cuando lo aceptes te relajarás, dejarás de esperar nada y eso cambiará del todo tu perspectiva. Deja de luchar contra sus puntos de vista, acéptalos y, si quieres ir más allá, intenta ponerte en su lugar. Comprender al otro hace más sencillo todo. Así llegarás a tu próxima cena navideña con menos expectativas, más curiosidad y más apertura.

3. Aplaza conversaciones:

Ni religión, ni política, ni fútbol. Esto ya te lo sabes. Ayuda a parar las conversaciones que sabes que traerán disgustos a todos. Estar en desacuerdo con los otros puede ser muy enriquecedor para ambas partes y que esa experiencia sea tranquila es básica para conseguirlo. El momento nunca es una reunión familiar navideña. Quizás otro día, cuando pasen las fiestas, delante de un buen té con toda la calma podemos quedar con esa persona para exponer y escuchar distintos puntos de vista. Tampoco quiere decir que haya que llegar a acuerdos, ni que el otro deba cambiar su visión. Sólo el hecho de poder escuchar con calma sin intentar imponernos ya es todo un avance para cualquiera. En esas fechas escojamos temas más ligeros. Aprovechemos para saber qué está pasando en la vida de nuestros parientes, cómo les va, cómo se sienten en el trabajo, qué han aprendido nuevo este año, qué les gustaría para el próximo. Todo ello hará más sencilla esa energía que todos buscamos cuando nos encontramos.

4. Marca límites con calma: 

Que sí que tu prima es muy pesada, que tu padre siempre con la manía de decir lo que hay que hacer y tu tío haciendo preguntas incómodas. Desde la tranquilidad puedes comenzar a poner límites a todo eso. Hacerlo con calma es básico, sobre todo dadas las fechas tan sensibles de las que hablamos, pero en algún momento hay que empezar. Quizás un “ya sé que no los haces con mala intención, sin embargo esos comentarios me incomodan bastante”, “seguro que podemos hacerlo de otra manera, pensemos algo juntos” o “ahora mismo creo que es mejor no sacar ese tema, otro día con más calma” puede convertir una situación incómoda en algo llevadero.

5. Procura no hacer suposiciones ¡pregunta!:

Puedes equivocarte sobre las intenciones del otro, es lo más fácil del mundo. Cada cual actuamos desde nuestras prioridades y forma de ver la vida, de manera que lo que hacen los demás lo interpretamos con un filtro muy importante: el nuestro. En cambio cada cual es un mundo, lo que tú harías con mala intención el otro puede hacerlo de la forma más inocente y a la inversa. Por eso, lo mejor es preguntar. Un sencillo “¿qué has querido decir con eso?” en un tono neutro demuestra que no estamos juzgando, sino abriéndonos al otro para que nos cuente más de lo que se mueve dentro de él ¡toda una aventura!

6. Habla más de lo que sientes que de lo que piensas:

“Te voy a decir la verdad, ese tema me pone muy triste ¿podemos evitarlo esta noche?” es mucho mejor que “todos los años la misma discusión ¡qué hartura!”. Quejarnos, contestar mal o refunfuñar no sirve de mucho. A veces, lo de echar miradas asesinas esperando que el otro las comprenda tampoco. Si algo te hace sentir mal dilo tal cual. Todos podemos discutir horas sobre lo que pensamos, en cambio lo que cada cual siente es indiscutible. Costará aceptarlo o no, pero es lo que hay. Es más honesto, genera mejor energía y abre la puerta a conversaciones mucho más profundas y sinceras.

7. Evita discusiones durante la cena:

Son muchos los expertos en psicosomática que hablan habitualmente de las úlceras y problemas estomacales después de estas cenas. Uno puede culpar a los excesos, sin darse cuenta de que, a veces, hay más exceso de emociones negativas que de comida. Un comentario malintencionado o un tema desagradable puede no sólo arruinar el momento, sino los días de después. Como que estas situaciones se den no depende del todo de nosotros, te recomiendo de nuevo el “Consejo nº1: Equilíbrate antes de ir”. Eso hará que, se hable de lo que se hable, lo lleves mucho mejor.

Espero que todo esto convierta tus comidas familiares en eventos agradables en los que disfrutar de verdad de los tuyos, o que al menos que sean calmados. Para nada quiero insinuar que todas las familias se comunican mal. Lo que sí sé seguro es que ellos nos mueven algo muy profundo: a nuestro niño interior herido. De ahí que a veces se den escenas en las que inflamos los carrillos (yo misma me he pillado haciendo esto no pocas veces), hablamos con un tono de voz muy agudo o, directamente, un comentario no tan grave nos hace saltar de mala manera. Si prestamos atención a nuestras necesidades, practicamos la escucha y la empatía, y algunos de estos consejos creo, de corazón, que nuestra visión de ellos puede verse menos empañada por las experiencias dolorosas y abrirnos nuevas posibilidades. Lo estupendo sería comenzar a conocernos de corazón para crecer juntos y, para eso, primero tenemos que entendernos.

Raquel Rús
www.librocomunicacionconsciente.es
raquelrus@hekay.es

 

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