Hay dos tipos de personas, aquellas que solucionan sus problemas y aquellas que deciden vivir con ellos. Así de primeras ¿cuáles te parecen más valientes? Personalmente lo tengo claro. Mis pacientes son atrevidos, desafían en muchos casos lo que todo su entorno piensa y tienen las narices de enfrentar su dolor y traspasarlo. De cualquier forma, también comprendo a todas las demás personas.
Desde bien pequeños nos enseñan que a terapia van “los locos”, los que les pasa algo muy malo o los débiles. Nos enseñan a besar a la amiga de mamá que no nos gusta nada, a dejar nuestros juguetes cuando no nos apetece lo más mínimo, a estar calladitos y a aguantar. Con frases como “sonríe que estás más guapo”, “los niños buenos no se enfadan” o “compórtate como una señorita”, refuerzan un aprendizaje fatal. Aprendemos que lo que sentimos no es importante, que ser buenos es no ser nosotros mismos.
Al crecer ya nos hemos acostumbrado a vivir con dolor, lo normalizamos. Y el depósito de emociones reprimidas sigue subiendo y subiendo, hasta que un día sin saber muy bien porqué estalla. Puede haber un desencadenante como un fallecimiento, una separación, un despido o algo mucho menor. También es posible que un buen día, sin haber pasado nada en especial, nos sintamos muy tristes o muy ansiosos. Todo puede pasar cuando no vamos liberando lo que nos daña.
Hay países como Argentina o Italia en los que ir al terapeuta está totalmente normalizado. Nadie te mira raro cuando lo comentas, puedes hablarlo en familia y en los entornos laborales y se reconoce que estás buscando ayuda como algo sano. En España no nos pasa eso, todavía.
En nuestro país hay dos emociones fuertemente instaladas: la culpa y la vergüenza. Con la culpa asumimos que lo que nos pasa debe de ser por algo, que nos lo hemos buscado, lo merecemos y hay que asumirlo. La vergüenza nos hace sentir defectuosos, miramos alrededor y presuponemos que la vida de los demás es fácil y maravillosa, mientras que la nuestra es mucho peor. Ambas emociones nos paralizan, justifican que estemos mal y que no hagamos nada para salir de la situación.
Cuando uno ya se decide a acudir a un terapeuta del tipo que sea (de EFT, de flores, un psicólogo, un practicante de Reiki…) está tomando las riendas de su vida. La persona asume que su situación es mejorable, que merece sentirse bien y que puede hacer algo para ello. Es humilde porque acepta que no tiene la manera de solucionarlo solo, algo absolutamente normal ya que ¿cuándo te enseñaron tus padres a manejar la tristeza? ¿aprendiste en el colegio qué hacer con la frustración o la desvalorización? ¡Nadie nos enseñó! Lo lógico es no saber, lo racional es aceptarlo y lo sano buscar alguien que sepa.
Claramente nos queda un camino por recorrer hasta que lo lógico, lo sano y lo racional sea aceptado. Mientras, hay cada vez más personas que desafían lo establecido, ignoran el temor a ser juzgados socialmente, a que les tomen por locos o por no ser autosuficientes y van a terapia. Algunos incluso lo cuentan con normalidad y animan a otros a ir ¡bien por ellos! Estas son las personas que están cambiando las cosas. Al hablarlo lo normalizamos, de manera que esa persona que siente que su vida no puede mejorar se abre a nuevas posibilidades. Quien creía que tendría que vivir para siempre con el dolor, la tristeza, la ansiedad, la ira o la culpa, descubre que no es así. Aquel que se creía menos por necesitar ayuda puede ver que todos la necesitamos en algún momento y eso no nos hace ser menos. Incluso los que miraban la vida de los demás como perfecta frente a la suya comienzan a aceptar que todos tenemos distintos retos, muchos de los cuales no son evidentes porque los llevamos muy dentro de nosotros.
Ninguno queremos asumir que vivimos en una sociedad enferma, nos gusta pensar que todo está bien y, al hacerlo, nos estamos mintiendo descaradamente. Siento decirlo así de claro, pero si la sociedad está enferma quiere decir que todos nosotros, en un cierto grado, también lo estamos. Por tanto, para cambiarla tenemos que ir evolucionando cada uno, algo que exige un cierto grado de coraje.
Aparte de la presión social, del qué pensarán y del cómo me verán, también hay un miedo completamente normal: tener que revivir lo ocurrido. Todos tenemos eventos en nuestra vida que nos generan angustia, tristeza, temor o ira, de los que no nos apetece hablar. De hecho las terapias en las que hay que dar vueltas una y otra vez a lo mismo esperando una reinterpretación de lo ocurrido pueden retraumatizar a la persona. A alguien que ha sufrido abusos sexuales, acoso laboral, un accidente en el que falleció alguien cercano y otras circunstancias parecidas seguro que le cuesta hablar de ello. Lo más probable es que no quiera hacerlo. Ninguno deseamos rememorar eventos que nos dañaron, lo que todavía no sabe la mayoría es que si no lo hacemos estaremos eligiendo vivir con ellos de por vida.
La terapia, a veces, nos incomodará, nos removerá, nos hará sentir rabia, miedo o nos provocará el llanto. Lo importante es que lo que vivamos en esa sesión nunca será igual que cuando ocurrió el evento. Como mucho, la intensidad de lo vivido, será la misma, lo habitual es que sea menor. La diferencia es que esta vez no estaremos solos, habrá alguien a nuestro lado dispuesto a acompañarnos, a sostenernos y a darnos la manera de salir de allí liberados.
Evitarnos pasar por una hora o unas horas incómodas puede ser visto como algo positivo en el corto plazo. Sin embargo, al elegir esta opción, en realidad no nos liberamos de pasarlo mal, por el contrario estamos decidiendo conectar con lo que nos daña cada vez que algo de nuestro día a día nos lo recuerde ¡a lo largo de toda nuestra existencia!
Saber que vas a pasarlo un poquito mal y a pesar de todo tomar esta decisión, requiere valentía, ser adulto y ver todo lo positivo que vas a obtener en el medio y largo plazo. Una vez decidido que sí, que queremos quitarnos la ansiedad, una fobia o una emoción dañina, queda el elegir la persona con la que lo haremos. En mi experiencia, aquí cuenta mucho el boca a boca. Que mucha gente no lo comente, no quiere decir que no vayan a terapia o no hayan ido en algún momento. Al preguntar con tranquilidad, podemos llevarnos más de una sorpresa y seguro que tendremos una buena recomendación de alguien profesional. En mi consulta un alto porcentaje de pacientes son amigos de otros pacientes, familiares o alumnos. Si, como es mi caso, esa persona da cursos o conferencias puede ser buena idea ir a verle. Mirar su web (si la tiene), algo que haya escrito o algún vídeo en youtube. Eso nos dará una idea de si su energía y su forma de enfocar las sesiones nos va a gustar.
Si nada de esto es posible, pidamos una cita, probemos. Al llegar, mira cómo te hace sentir, si te escucha, si te da confianza y, sobre todo, ya que estás allí pregunta todo lo que tengas que preguntar. Sobre lo que hace, cómo lo hace, qué opina de esto o de aquello. Es importante estar tranquilo, sentirte en un entorno seguro donde nadie te juzgará y que haya conexión. Cuando uno conecta con el terapeuta todo es más fácil y hay más resultados mucho antes.
Piensa en aquello con lo que no quieres vivir y sé valiente, lánzate a sacarlo de tu vida para disfrutar de tu presente y abrir un futuro que puedas disfrutar de verdad.
Raquel Rús
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