El otro día me llegó esto por internet y, después de la risa, me di cuenta de la gran verdad que encerraba. ¿Cuánto conocemos a la persona que tenemos al lado? ¿Cuánto dejamos ver de nosotros? ¿Cuánto queremos ver de verdad del otro? La cuestión es espinosa y habitual. Si fuera un cuento sería algo del tipo: “Dos personas se conocen, intentan mostrar lo mejor de sí mismas para conquistar al otro, lo consiguen, pasa el tiempo y comienzan a evitar decir lo que piensan y sienten para no molestar, para que la imagen estupenda de uno que creen que el otro tiene no cambie, sienten que se va formando una barrera y no le dan importancia, cada día crece ese muro hasta que llega el momento en el que se ven incapaces de derribarlo, se separan y todo lo que estaba en cada lado del muro se muestra de golpe, no pueden creer que hayan podido estar con alguien así ¿en qué estarían pensando? Y ni vivieron felices ni nada de nada.”
He visto esta historia demasiadas veces y me parece una lástima. Elegir tener una comunicación consciente cambia nuestra vida, tanto la personal como la laboral. En este caso, me refiero, como verás, a una comunicación con el otro ¡y también con nosotros mismos!
Quizás esa pareja, después de todo, no fuera lo que encajara en nuestra vida en ese momento, pero si nos hubiéramos abierto a ser vulnerables, si hubiéramos tenido el coraje de mostrarnos seguro que nos llevaríamos el regalo de una conexión real con el otro.
¿Qué pasa en los divorcios? Que se caen las caretas que, de pronto, sí que mostramos todo el dolor, la tristeza, la incomprensión, la fuerza, las destrezas, la ira, la necesidad, el miedo… que hemos tenido desde hace tanto y que esperábamos que mágicamente el otro viera y atendiera. Y es tanto lo que llevábamos reprimido que sale de golpe, a lo bestia, y es imposible procesarlo, así que nuestra expareja, en lugar de comprender, levanta sus barreras y siente que la relación ha sido una estafa. Si tenemos que ser justos, realmente lo es, un tipo de publicidad engañosa en la que cada uno de nosotros somos la mercancía a la venta.
¿Por qué haríamos algo así? Habitualmente, porque nos avergonzamos de ciertas partes de nosotros. Consideramos, según lo que hemos aprendido en nuestra vida, que hay cosas dentro nuestro muy oscuras, que cualquiera que las vea saldrá corriendo despavorido. Por tanto, como seres sociales que somos, mostramos sólo aquello que ha tenido mayor aceptación para que los demás vean que somos dignos de amor, de amistad, de atención. Todo lo demás, lo metemos bajo la alfombra. Es algo que, en relaciones esporádicas, puede funcionar más o menos, en cambio, en la convivencia a medio y largo plazo, al final uno se da cuenta de que algo va mal y no tiene ni idea de por qué.
¿Cuál es el problema de fondo en todo esto? Cuesta verlo, pero lo cierto es que nos avergonzamos de nosotros mismos. Nos conocemos tan poquito que nos hemos creído que de verdad hay partes de nosotros incorrectas, malas, dañinas, estúpidas, aburridas…, partes que si nosotros mismos nos aceptamos ¿cómo lo va a hacer alguien de fuera? Ni de coña. En cambio, si dedicáramos menos tiempo a juzgarnos culpables e incorrectos y un poco más a comprendernos, veríamos que esas partes son tan dignas y valiosas como todas las demás. De hecho, si las escuchamos, descubrimos en ellas información que, una vez atendida, cambia toda nuestra vida.
Dolor, ira, miedo, angustia, necesidad… ¡tenemos todos! Verlo con amor y tratarnos como si fuéramos humanos (que al final es lo que somos), aceptándonos, hace que encontremos la fuerza para mostrarnos a otros, así, tal cual somos. Por que sí se necesita encontrar fortaleza interior para mostrarse, para ser vulnerables, para no gustar como esperamos y, con todo, seguir gustándonos a nosotros mismos.
¡Ojo! No estoy hablando de auto engañarnos pensando que somos lo máximo del universo conocido. Sino de atender nuestro dolor, nuestra vergüenza y saber que los demás tienen sentimientos parecidos hacia sí mismos. Generar un espacio donde no tengamos que escondernos, sino mirarnos con cariño a nosotros y a los demás, con todo. Que sí, que todos tenemos cosas que mejorar, pues claro. Lo que pasa es que si se quedan escondidas no podemos darles la atención necesaria para hacerlo. Y si estamos en pareja, lo estupendo es que el otro puede darnos ideas para hacerlo, puede darnos el apoyo que necesitamos para ponernos a ello e incluso puede decirnos que eso que consideramos terrible desde siempre es lo que realmente les enamoró de nosotros.
Raquel Rús- www.raquelrus.es
Profesora certificada de Eneagrama y EFT Especialista en Psicología energética y Gestión emocional.
raquelrus@hekay.es