La luz es fuente de vida, una parte fundamental de nuestros procesos biológicos, y como tal puede ayudar a potenciar nuestro bienestar y a aliviar determinados problemas de salud.
La luz del sol es uno de los elementos imprescindibles para la vida. ¿Podríamos imaginar la vida en este planeta sin el astro rey? Imposible. Las plantas necesitan luz para realizar la fotosíntesis, los seres humanos y la mayoría de seres vivos la necesitamos para obtener energía y calor. Desde el principio de la humanidad el hombre ha sentido curiosidad por la luz, la ha estudiado y la ha domesticado; por ejemplo, al aprender a manipularla para iluminar.
Y es que la luz no deja de ser un fenómeno físico. El ojo humano solo puede ver una parte del espectro luminoso, la que abarca las longitudes de onda que van de los 390 hasta los 770 nanómetros, es decir, una millonésima del milímetro (por encima se encuentra la luz infrarroja y por debajo, la ultravioleta).
En términos físicos, la luz es una radiación de campos electromagnéticos que se transmite en ondas que se mueven a una velocidad constante de 300.000 kilómetros por segundo. Esta radiación se puede descomponer en partículas mínimas llamadas fotones. La luz tiene aplicaciones no solo tecnológicas (sensores, lectores de códigos de barras, láseres que permiten llevar a cabo complejas operaciones médico-quirúrgicas…), sino también biológicas, como fuente de vida, como ya hemos mencionado. De este apartado se ocupan la Biofotónica y la Fotobiología.
Comunicación de información a nivel celular
La Biofotónica es la parte de la ciencia que se ocupa de estudiar la relación entre la luz y los procesos biológicos, es decir, los mecanismos de la vida. Es innegable que la luz juega un papel en el origen de la bioquímica y en la comunicación celular; es decir, en el orden en el interior del organismo. En este nivel sutil, la luz no es solo fuente de vida sino canal de transmisión de información.

Hoy en día la Fotobiología se utiliza en terapias tan extendidas como el tratamiento del herpes, el rejuvenecimiento de la piel, la promoción de la cicatrización de tejidos y nervios… Y es que nuestro organismo parece ser un complejo ordenador óptico encargado de procesos necesarios para el desarrollo y sustento de la vida, y esto sucede mediante un campo coherente de ondas de luz.
Cuando estudiamos nuestro organismo en relación a sus propiedades ópticas, podemos observar que es un sofisticado sistema que vive de procesar la luz en diferentes formas. A escala bioquímica, mediante las estructuras de las moléculas orgánicas que se forman gracias a los fotones.
En el nivel energético esos fotones son el combustible, la fuente de energía de la vida, a través de los procesos metabólicos que liberan la energía lumínica capturada en las moléculas orgánicas. Y a nivel de información, mediante los fotones que se encuentran estacionarios en el cuerpo. Estos forman un campo de ondas coherente que a través de la luz regula los complejos procesos bioquímicos en cada célula y en el organismo como un todo.
Fue hace casi un siglo cuando el biólogo ruso Alexander Gurwitsch descubrió accidentalmente que las células se comunican con fotones. Posteriormente, los biofísicos rusos y alemanes desarrollaron el modelo llamado campo coherente: un campo de ondas formado por fotones que comunica internamente y de forma instantánea todas las células del organismo entre sí, permitiendo el orden que sustenta la vida. En cada ser vivo existe un campo de luz ultra tenue, que es el responsable de toda la coordinación biológica. Este campo comenzó a ser detectado en la década de los 80 por los fotomultiplicadores desarrollados en Alemania por el físico Fritz Albert Popp y las cámaras de captura electrofotónica creadas en Rusia por el biofísico Konstantin Korotkov.
Las frecuencias de Nogier
En esta área de investigación no podemos dejar de mencionar al médico francés Paul Nogier, que descubrió el fenómeno de la fotopercepción cutánea: la piel es sensible a determinadas frecuencias de luz y el organismo responde a ellas con su propio lenguaje. Nogier descubrió siete frecuencias fundamentales: por ejemplo, emitiendo luz a un tejido inflamado con la frecuencia que Nogier denominó A, ayuda a regular la inflamación. Otra frecuencia, la E, es la frecuencia específica del sistema nervioso autónomo y contribuye a disminuir el dolor, y así cada una tiene su función.
Posteriormente otros científicos descubrieron nuevas frecuencias, que son el equivalente a palabras para comunicarse con el organismo en su propio lenguaje. Los organismos son extremadamente sensibles a la luz y responden cuando ésta se comunica con los códigos adecuados. Utilizando estos códigos, la luz tiene el potencial de mejorar el bienestar y la calidad de vida de los seres humanos.
Hoy en día se utilizan las frecuencias de luz, gracias a la tecnología led, como un método simple y efectivo para mejorar situaciones de estrés o ansiedad, por poner un ejemplo, en la Oficina de Veteranos de Guerra del Gobierno de Estados Unidos, lo cual permite abordar en mejores condiciones otros problemas de salud en los que la ansiedad juega un papel importante.
De esta forma, la Biofotónica se ha convertido en una herramienta muy útil en las consultas de kinesiología, osteopatía, acupuntura, etc.
Esther Arranz
Directora de BiocomLux
www.biocomlux.com