La mayoría de los mal llamados problemas de comportamiento, son en realidad comportamientos totalmente naturales en el perro en una determinada situación o cuando sufre alguna carencia. Aunque perfectamente normales, pueden suponer un problema para la convivencia, en algunos casos, aunque en otros simplemente no encajan con la idea que tenemos de cómo debe comportarse un perro.
No está, por ejemplo, fuera de lo esperado que un perro le ladre a los extraños. No todos los perros disfrutan conociendo nuevas personas, y muchos de ellos han sido seleccionados durante generaciones para hacerlo.
Desconocemos, además, gran parte de la comunicación canina, cómo acercarnos a un perro de forma educada Todo esto redunda en considerar problemático un perro que le ladra a las personas que no conoce, el animal como el centro del conflicto y la solución enfocada a corregir ese ladrido.
Todo lo que le rodea es poco más que el decorado y las personas las que aplicarán la solución al problema que, desde luego, radica en el perro. Es un maleducado, está muy consentido o le hemos reforzado el miedo. Nunca somos responsables, o si acaso por ser poco estrictos.
Este es, en general, el escenario actual en educación canina. Aunque hemos avanzado en cierto sentido, casi la única diferencia es que ahora, en vez de castigar los comportamientos indeseados, nos centramos en premiar (reforzar) los que sí son admisibles. Los árboles no nos dejan ver el bosque o, lo que es lo mismo, los ladridos no nos dejan ver al perro.
En general, es necesario avanzar hacia un cambio más profundo que cambiar castigos por premios. Es imprescindible profundizar y valorar lo que es un perro y no en lo que creemos que debería ser, sus necesidades, capacidades y en la infinita capacidad de acompañar al ser humano allá donde va.
Habitualmente la educación canina se entiende como una serie de habilidades y normas que los perros deben aprender para ser buenos compañeros. Más o menos lo que se espera de una persona educada en la sociedad actual: es importante saber comportarse, no molestar, y en general conocer las normas y respetarlas. Los perros no saben mentir ni disimular sus emociones, se comportarán de una manera natural en cualquier situación. Por lo tanto, más allá de enseñar algunas habilidades o cambiar unos comportamientos por otros (te doy un premio si en vez de ladrar me miras cuando ves un extraño), nuestra responsabilidad es llegar a comprender cómo afronta un perro las distintas situaciones y si está preparado para ello.
Es aquí donde entra la necesidad de una visión holística. En vez de analizar con una lupa, debemos distanciarnos lo suficiente del problema para contemplar la escena completa, tanto en tiempo como en espacio. Lo que ocurre en un instante es fruto de la genética, el aprendizaje, la experiencias acumuladas así como de las circustancias particulares de cada uno.
La educación, como decíamos, no consiste en enseñar cosas. Educar implica preparar para el futuro, capacitar para tomar decisiones y enfrentar retos. También en los perros. Para ello, es imprescindible encontrarse física y emocionalmente bien. Es realmente difícil ser amable, paciente y cariñoso cuando tienes dolor o te encuentras ansioso.
Una interveción holistica parece empezar por la parte más alejada del problema. Todo está interrelacionado, pero se necesita cierta preparación y predisposición para verlo. Cada parte de la vida del perro deja una huella en su comportamiento en el futuro. Por eso, un tratamiento holístico no empieza interviniendo sobre el comportamiento en sí, sino recabando información sobre las rutinas y el entorno del perro.
Y es que, antes de plantear una terapia de modificación de conducta, pensando en ella como una serie de ejercicios o pautas para trabajar con el perro, es necesario plantearnos si se están cubriendo las necesidades básicas del animal. Este es un punto clave porque, habitualmente, un problema de comportamiento no va solo, suele ser un cúmulo de cosas que, a veces, no es fácil relacionar entre sí. Por ejemplo, el perro que ladra a los extraños puede que también coma objetos por la calle, orine dentro de casa o se haga heridas en las patas por lamerse demasiado. Lo que nos muestran todos estos síntomas es que hay un alto nivel de estrés en el perro, pero no nos evidencia cual es el problema de base, así que es un error intentar solucionar cada uno de ellos por separado.
El síntoma se manifiesta de manera evidente, mientras que la causa debemos buscarla debajo de todas esas manifestaciones. Puede ser miedo, una mala socialización, un entorno demasiado estimulante o tal vez dolor. Pero la causa más habitual es, sin duda, un conocimiento pobre o demasiado influido por la publicidad de cuáles son las necesidades reales de un perro.
Ya sea un perro de compañía, uno dedicado al deporte o a la búsqueda de explosivos, las necesidades son las mismas. Obviamente habrá variaciones entre los individuos dependiendo de su nivel de actividad, edad o raza.
Una alimentación adecuada, ejercicio adaptado a cada animal, suficiente contacto con las personas y con otros perros, son básicos para mantener a un perro en un buen estado físico y psicológico. No se trata de comprar la comida más cara o llevarlo a competir en un deporte, sino más bien de informarse entre las distintas opciones, sus necesidades reales y observar cuál es el estado real del animal.
Sería absurdo, por ejemplo, pedirle al perro que dejara de ladrar (aunque fuera con premios) sin tener en cuenta que su vida es excesivamente sedentaria o que tiene problemas digestivos que le causan dolor.
Hay muchísimas cosas que pueden influir en el comportamiento y es imposible tenerlas todas en cuenta pero, como terapeuta holístico, aprendes a observar y a disponer cada vez de más herramientas, tanto de educación canina como de terapias naturales y por supuesto sin dejar de lado el trato con las personas, puesto que es una parte fundamental del universo que rodea al perro y que en muchas ocasiones se deja en un segundo plano.
Almudena Ortiz
Terapeuta de comportamiento canino
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