Más allá de la Meditación

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Encontré la meditación. La sentí desde el principio como un viaje hacia lo más hondo de sí mismo, pero siempre visto desde el exterior. Yo no había cumplido la edad de dieciséis años cuando me adentré, apasionado, en todos los libros que pude conseguir de yoga, orientalismo en general e indicaciones para el apasionante y difícil viaje interior. Necesitaba recuperarme a mi mismo, pues era un adolescente muy difícil, con una abrasadora insatisfacción e interrogantes recurrentes que ni la filosofía ni la religión lograban responderme.  

El viaje prosigue. Quizá nunca se detenga. Tal vez mientras hay vida haya viaje. Puede que como indico en mi relato espiritual-iniciático «El Faquir», uno sea siempre un aprendiz y el deber de todo aprendiz sea seguir aprendiendo. A veces uno tiene la sensación de retroceder, aunque sean retrocesos sólo aparentes; otras veces uno se siente exasperantemente estancado: en ocasiones duelen demasiado las grietas del alma y uno busca a tientas… pero busca. Porque uno se siente descontento, persigue el contento; porque uno se experimenta insatisfecho, ansía la satisfacción. El campo de concentración está dentro de uno y uno mismo se convierte en su propio sanador y en su propio carcelero. Los agujeros psíquicos se tratan de cubrir al principio con escapismos, autoengaños, subterfugios, componendas y amortiguadores, y entones se hacen más hondos y pavorosos. A poco que uno comience seriamente a examinarse, se percata de todas las acumulaciones lastrantes que acarrea: traumas, complejos, situaciones inacabadas (círculos sin cerrar), heridas psíquicas, represiones y amargas inhibiciones que roban la paz interior y obstaculizan la senda hacia la madurez emocional y la plenitud. 

Uno se siente incompleto y cae en la trampa de querer completarse con lo que más vacía. Pero con la práctica de la meditación uno puede dar comienzo al transformativo proceso de desenmascararse, por doloroso que sea. Y ahí comienza el Despertar. Cuando concluirá o si concluirá, se esconde en el misterio. Pero el proceso ha dado comienzo. Puede resultar muy duro seguirlo, pero mucho más lo será querer escapar a él, evadirlo. Si el enigmático mecanismo de la Búsqueda se ha puesto en marcha, será difícil detenerlo. Pero es la apertura a otra forma de ser y serse. 

A veces, los alumnos me preguntan si tendrán algo que perder con la práctica de la meditación. Se quedan al principio perplejos cuando les digo: «Sí, mucho». Pero añado: «Perderás el egocentrismo, los celos, la envidia, el afán de manipular y controlarlo todo, el apego desmesurado, el odio, el resentimiento… » Hay mucho que arrojar por la borda: viejos patrones, esquemas, inútiles, etiquetas, el pensamiento conflictivo, las mentiras a ti mismo, el vacío existencial, el tedio vital, las justificaciones falaces, los miles de autoengaños y tanto material más acumulado que obstruye la vía hacia la madurez emocional y frustra el proceso de sana individuación (que no egocentrismo). 

La meditación limpia, recentra, reorganiza la vida psíquica y libera de tendencias mentales insanas, pues va permitiendo que germinen las sanas. Pero como meditamos cortos periodos de tiempo, es necesario complementar la meditación con la denominada «contemplación de la acción» o meditación en la vida cotidiana, estando más vigilantes a lo que pensamos, hablamos y hacemos, y pudiendo ir descubriendo las reacciones emocionales, insanas, para debilitarlas y potenciar las sanas. 

Para conocerse hay que observarse, y a través de la observación uno va descubriendo qué hay que transformar en uno para poder cambiar actitudes, superar modelos de pensamientos destructivos y autodestructivos, y avanzar de verdad y sin autoengaños en la senda de la realización de sí y la evolución consciente. Así, la meditación, no queda parcelada, sino que impregna toda la vida de la persona. Se combinan la meditación sentada -que es insoslayable- y la meditación como una actitud o técnica de vida. Como les digo a mis alumnos a modo de recordatorio, cuando acaba la clase de yoga mental: «Y ahora es cuando comienza la meditación». La vida de cada día se convierte así en una gran maestra. La meditación nunca es escape, sino, bien al contrario, encuentro con uno mismo. Practicamos la meditación sentada para poder desarrollar nuestras simientes de autodesarrollo y servirnos de ellas en la vida diaria. Así evitamos resignarnos a nuestra ignorancia básica o nuestra necedad. Y en la media en que vemos con más claridad, nos relacionamos con más tolerancia, paciencia, humildad y compasión.     

Meditamos para ir más allá de la meditación; para desarrollar una actitud vital basada en la atención consciente, el sosiego, la ecuanimidad, la lucidez, el contento interior, la compasión y la acción diestra. La meditación sentada se convierte en un banco de pruebas para ir superando el lado insano y oscuro de la mente y que puedan florecer comportamientos mentales, verbales y corporales más sanos y armónicos.

Por eso la meditación se ha convertido en la práctica medular de todas las técnicas orientales de autorrealización, pero como medio para que brote una sabiduría que se trasladará a la vida de cada día, siendo la meditación una barca para pasar de la orilla de la servidumbre a la de la libertad, pero sabiendo que la vida que está ahí es para vivirla y seguir aprendiendo a cada momento de ella, la gran maestra que siempre está presente.  

Ramiro Calle
www.ramirocalle.com 

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