Si, con cáncer se vive

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De hecho, así viven más de treinta millones de personas. Claro que queda mucho recorrido para ganarle la batalla, pero la esperanza de vida, después del diagnóstico es cada vez mayor y, por tanto, es importante centrarnos en cómo ayudar a las personas con cáncer a vivir de forma plena.

Uno de los hábitos evitables que más entorpece el logro de esa calidad de vida son las preguntas que nos repetimos una y otra vez sin encontrar una respuesta satisfactoria. Las personas que acuden a nuestro centro sienten un gran alivio cuando los acompañamos en el proceso de disolver esos bucles interminables de preguntas sin respuesta, que muchas veces no se atreven a compartir con nadie. Cada momento del proceso de enfermedad tiene las suyas. En este artículo vamos a hablar de algunas de ellas para que tu también puedas ayudar:

El momento del diagnóstico suele implicar un impacto terrible; una sacudida de la cotidianidad que hasta ahora considerábamos asegurada. Surgen preguntas como ¿por qué a mi? o ¿por qué ahora?, pero sobre todo aparece en escena el mayor de nuestros miedos: el miedo a la muerte. La pregunta que comienza a pivotar en la mente y el corazón de quien ha sido diagnosticado de cáncer es ¿me voy a morir?

Familiares y amigos se sienten entonces desbordados porque ellos mismos tampoco saben contestar y lo que es peor, a ellos también les da miedo la muerte. Saber que, como decía un profesor mío, la vida es una enfermedad terminal que inevitablemente acaba en la muerte, no ayuda ni a enfermos, ni a sanos.

Por favor, por más que lo deseéis, nunca le prometáis a nadie que no se va a morir. Aunque de primeras os lo agradezca, notará que aún tenéis más miedo que él y no volverá a compartir sus preguntas con vosotros. Si de verdad queréis ayudar, preguntadle qué es lo que realmente teme, o qué es la muerte para él.


Es frecuente que os conteste que lo que teme es dejar a sus seres queridos, o no llegar a realizar un sueño, o un proyecto, o el dolor o perder la misma vida. Desde aquí sí podréis seguir conversando. Preguntadle qué podéis hacer por él, ofrecedle ayuda para realizar sus sueños, para cuidar a sus seres queridos, o para acompañarle en los tratamientos. Aseguraos de que sois compañía para la vida. Mostradle con vuestras palabras y con vuestros hechos que con cáncer se puede vivir; se vive. Está vivo.

Con todo, durante la fase del diagnóstico y la mayoría del tratamiento, los enfermos suelen estar acompañados y cuentan con la atención constante de las personas de su entorno. Es un momento de desazón, pero en general, saben quienes son, cuál es su vida y cuál querían que fuera su futuro. Tienen algo que perder y, por tanto, algo en lo que concentrarse: el tratamiento. Muy distinto es el momento en el que, pasados meses, o incluso años de entradas y salidas en el hospital, el médico les da el alta y los anima a hacer una vida normal. No han de volver hasta dentro de tres meses, o seis, o un año…

Es el momento de la diáspora: amigos y familiares respiran y se concentran en sus vidas mientras la persona que tuvo cáncer se encuentra de vuelta en casa, sola. ¿Su tarea? Recuperar una vida que hace tiempo dejó de ser normal sabiendo, o intuyendo, que ya no es la misma persona.

Acaba de vivir una experiencia cuanto menos estresante. La fatiga, el dolor, la niebla mental pueden perdurar durante meses, incluso años. El insomnio, la ansiedad o la tristeza no remiten con el alta médica. Tampoco desaparecen los efectos de la cirugía en el cuerpo. Aparecen nuevas preguntas en forma de miedos: ¿seré capaz? ¿mi pareja me sigue considerando atractiva? ¿qué pasa con las relaciones sexuales? ¿quiero volver a mi trabajo de antes? ¿volverá a aparecer el cáncer?

Todo el mundo le da la enhorabuena mientras crece la culpabilidad por no sentirse tan afortunado como se supone que debe sentirse; porque sencillamente, no se siente bien física y/o emocionalmente; ni siquiera se siente preparado para volver a las rutinas pre-cáncer. O a lo mejor, porque después de la experiencia vivida, cambiaron sus valores y sus sueños y no quiere volver a lo de antes.

Los psicooncólogos sabemos que este es uno de los momentos más duros para nuestros clientes. Se preguntan ¿qué me pasa ahora? Y la respuesta, es que les pasa la vida; que la de antes no se recupera, pero que se puede crear una nueva mucho más satisfactoria si cabe. Y que hay profesionales específicamente preparados para ayudarles a vivir una nueva vida viva.

Olga Albaladejo Juárez
Socia fundadora en Salmah,
Centro oncológico integrativo y participativo.
c/ Nuñez de Balboa, 42 Bajo Dcha. Madrid
Tel. 911 367 694
www.centrooncologicosalmah.com

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