La importancia de la recuperación de los recursos naturales

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Vivimos en una sociedad industrializada y altamente tecnificada. El asombroso desarrollo de muchas tecnologías que hoy nos resultan imprescindibles, y de las que carecíamos tan solo hace 20 años, con frecuencia, nos lleva a ser muy adanistas. Suponemos que todo ha avanzado en los últimos años de una manera parecida, y nos parece que nuestros padres o abuelos vivían en un mundo muy superado hoy en todos los órdenes de la vida. Pero no es así. El progreso está lleno de fases de estancamiento, incluso de retroceso. Y no en todos los niveles se ha avanzado a un paso similar. En algunos aspectos se ha evolucionado relativamente poco, permaneciendo plenamente vigentes, en la actualidad, saberes muy antiguos.

Tenemos constancia de que existieron escuelas de pensamiento filosófico, literario y artístico, avances técnicos, procedimientos, fórmulas, prácticas, conocimientos y artes que se han perdido en el transcurso de los siglos; bien por sustitución, deformación, olvido u otros motivos. Sistemas constructivos sin los que hoy resultaría imposible volver a levantar inmensas obras civiles y arquitectónicas que siguen en pie después de miles de años, kilométricos geoglifos rodeados de misterio, o simples recetas culinarias como el “garum”, un auténtico manjar para las clases altas de la sociedad romana que era exportado a la capital, principalmente desde las islas Baleares; la completísima farmacopea egipcia, hoy perdida, y amplios conocimientos en cirugía, oftalmología y obstetricia que se extraviaron en los tiempos y no fueron igualados hasta muchos siglos después.

Damos por hecho que los conocimientos adquiridos se proyectan de manera lineal e ineluctable hacia el futuro, pero lo cierto es que no siempre es así. En la convicción de que lo importante es modernizarse y lo secundario la forma de hacerlo, con frecuencia se abren los brazos a negocios que aportan comodidades y entretenimientos y acaban difundiendo toda clase de vicios y desgracias, al tiempo que nos desvían de lo esencial. Proliferan, entonces, variadas organizaciones que no sólo se aprovechan de las necesidades, el miedo, la irresponsabilidad, las dolencias y los problemas de las gentes, sino que incluso las fomentan.

Crecen las dificultades para reponer los grandes huecos del saber dejados por los trabajos de Hipócrates, Plinio o Dioscórides y otros escasos estudiosos de las realidades naturales de los que se guarda recuerdo, y por quienes durante muchos siglos siguieron, transmitieron y se enriquecieron con sus enseñanzas.

Por eso en estos tiempos, o incluso aún con más razón, se hace muy necesaria la labor de recuperación de los recursos naturales (plantas, fórmulas, preparaciones, ingredientes, recetas, técnicas, artes, etc.) que durante siglos y milenios han resultado de gran utilidad práctica y acreditado valor para el bienestar de nuestros antepasados, y que, en demasiadas ocasiones, han ido quedando relegados a un uso marginal, cuando no condenados al olvido en la actual vorágine de cientificismo y exceso de información.

Existe con ello un riesgo de perder soluciones de una gran fiabilidad y eficacia que aglutinan el conocimiento acumulado derivado, en muchos casos, de una experiencia inmemorial, y que en nuestros días se encuentran en peligro de desaparición debido a su escaso interés comercial, al no ser susceptibles de explotación en exclusiva mediante patente. En contraste, los intereses comerciales apuestan hoy muy fuerte por las sustancias químicas y tecnologías patentables, cuyos efectos a medio y largo plazo aún están, en muchos casos, por ver. Con demasiada frecuencia nos llegan noticias de la retirada del mercado de muchas de ellas, a causa de los efectos adversos que, en ocasiones muy graves, nunca fueron detectados en los estudios previos llevados a cabo para su introducción y posterior salida al mercado.

La experiencia en el uso, sobre todo si es dilatada, y más si en ella participan un gran número de personas y grupos, aporta mayores garantías de seguridad y eficacia que breves y restringidos estudios, en ocasiones, bajo la protección y amparo de oscuras o sospechosas financiaciones.

No olvidemos que, si en la actualidad podemos ingerir sin preocupación un extensísimo catálogo de verduras, frutas, setas, hojas, raíces, tubérculos, algas y otros alimentos, es precisamente porque desde hace cientos o miles de años se han demostrado adecuados para el consumo y muy saludables. Un vasto conocimiento cuya adquisición, con toda seguridad, tuvo que costar muchas vidas en la antigüedad, pero que hoy nos permite distinguir una especie de sabor exquisito y gran valor nutritivo, de otra por el contrario tóxica, o incluso mortal. Y no ha sido necesario esperar a que ningún experto del otro lado del Atlántico las declarase “comestibles” con el preceptivo respaldo de agencia oficial alimentaria alguna.

Por el contrario, el contenido en vitaminas, minerales, y otros nutrientes necesarios de los alimentos, no ha sido conocido hasta muy recientemente. De hecho, las vitaminas no fueron descubiertas como tales hasta una vez iniciado el siglo XX. Lo que no ha sido óbice para que muchas de sus propiedades beneficiosas para la salud fueran ya sobradamente conocidas y aprovechadas hace 3.000 años en el Antiguo Egipto, donde disponían de conocimientos y técnicas que por desgracia no han llegado a nuestros días.

La salud como tendencia al equilibrio orgánico no resulta alcanzable sin un adecuado aporte de los nutrientes necesarios, que deben ser de la mayor calidad posible. Conviene evitar los aditivos y procesos industriales dirigidos a la prolongación de su conservación, a potenciar el sabor y el aroma, o a hacer su apariencia más agradable a la vista. Especialmente por cuanto de su toma repetida o continuada pueden derivarse acumulaciones de toxicidad de difícil eliminación por el organismo, y consecuente deterioro importante de nuestra salud a medio y largo plazo, que puede ser determinante de la aparición de patologías indeseables.

La alimentación diaria es el principal factor controlable de la salud; “que tu medicina sea tu alimento, y tu alimento tu medicina” sentenciaba ya Hipócrates cuatro siglos antes de Jesucristo. Una buena alimentación y una adecuada capacidad de asimilación orgánica, constituyen uno de los pilares de nuestra salud, que es la principal responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros. Sin ella todo lo demás falla. Una buena salud favorece una correcta actitud ante la vida, posibilita nuestra realización y facilita nuestra aspiración a la felicidad. Porque lo que comemos no sólo alimenta a nuestro cuerpo físico en su integridad, sino también a nuestra mente y a nuestro espíritu.

En determinadas circunstancias, se hace necesario el uso de complementos alimenticios para compensar déficits puntuales y estados carenciales de nutrientes que, debido a múltiples factores encontramos en cantidad insuficiente en la dieta habitual, o bien se hacen ostensibles como consecuencia de situaciones de desgaste o deterioro orgánico. Contribuyen en este sentido a equilibrarla, aportando al organismo vitaminas, minerales, flavonoides, oligoelementos, aminoácidos de origen vegetal y otros elementos necesarios para desarrollar muchas de sus funciones a un nivel óptimo.

Está entre los objetivos de Eco Natura Integral contribuir a una toma de conciencia general más implicada en el propio cuidado de la salud, tanto física como psíquica y emocional, porque sabemos que en la naturaleza están las causas y los remedios de los desequilibrios orgánicos.

Carlos M. Prada
Eco Natura Integral
www.econaturaintegral.es

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