Esa historia de amor en la que te enamoras de ti 

#Publicidad

 

A ver si va a resultar que el amor de tu vida eres tú ¿te imaginas? Años buscando “pá ná”. Teniéndote más cerquita imposible y sin darte cuenta de lo que había, sin sentir esa chispita, ni mariposas en el estómago ni nada cuando te miras al espejo. Y eso ¿por qué? ¡Pues porque ni te has visto! Venga a mirar lo que había fuera sin darte cuenta de que había que mirar dentro.

Cuando uno se enamora todo lo demás desaparece, las citas ineludibles se eluden, lo importante sustituye a lo urgente, y se saca tiempo de donde no sabías que lo había. ¿Por qué? Porque te sientes genial. A parte de que estás hasta arriba de drogas, de esas naturales como la dopamina, pero drogas al fin y al cabo. Fíjate lo bien hecho que estás que hasta tienes un dispensario sin efectos secundarios negativos para tu cuerpo ¡y gratuito! Alguien ha debido de pensar en todo…

Ya sabes que hay amores a primera vista y otros que se van haciendo con el roce. Pero a mí me da que el tuyo tiene de los dos, sólo que tú ni te acuerdas. Cuando eras una cosita muy pequeña y te mirabas al espejo, estabas feliz con verte. ¡Feliz, feliz! Anda que no era eso divertido. Molabas mogollón y lo sabes. Te mirabas las manos fascinado contigo mismo ¡de la maravilla que había allí! Luego resulta que te acostumbraste a lo estupendo y ya ni te volviste a acordar. El entorno tampoco ayudó, para qué negarlo. Ellos también se olvidaron de lo estupendos que son, así que era difícil que te lo recordaran a ti como es debido. Así que pasado ese flechazo para revivir tu llama de amor apasionado hacia ti mismo sólo queda una opción: pasar al plan B ¡conocerte!

Enamórate a base de roce, de miradas profundas y de pasar el tiempo contigo. Es como esa amistad de toda la vida por la que nunca sentiste nada más que eso, amistad, y de pronto un día vas y empiezas a ver más cosas. Cuanto más habla, más ves cómo es, más detalles encuentras que te gustan ¡y más te enamoras! Así mismo te propongo que te enamores tú de ti. Para eso, lo primero es conocerse. Es mucho más fácil amar aquello que se conoce bien. También es más sencillo no juzgarlo. Y ya que hablamos de eso ¿tú te juzgas mucho? Te dices cosas tan bonitas como “qué torpe soy”, “estoy idiota” o “nunca lo voy a lograr”. Porque entonces aquí hay que hacer un paréntesis antes de seguir ¡así no se habla a alguien a quien se ama! Uno se dice cosas bonitas, se recrea en lo bueno y se da ánimos, porque hay una gran confianza en las capacidades que todavía no se han podido manifestar en condiciones. ¿Qué hay cosas que te gustaría pulir? Pues claro, en todos nosotros. Eso es lo normal, la sorpresa sería que no hubiera nada. ¡También es lo divertido! Aprender siempre tiene algo de aventura y más cuando el objeto de estudio eres tú. Ya te digo que tú y tu yo interior sois dos completos desconocidos, por más que uno haya hecho cursos de todo tipo, seguimos en la superficie, eso sí, bajando poco a poco. Lo bonito es que cuanto más conocemos más nos fascinamos y más queremos saber. Cuando empiezas a sacar todas las ideas de lo que creías que eras y lo que creías que tenías que ser, aparece un nuevo ser totalmente sorprendente y fascinante.

Puede que creyeras que eras torpe, con poco atractivo, sin chispa, demasiado vulnerable, demasiado brusco, demasiado frío… O también que pensaras que tenías que ser bueno, decente o abogado, quién sabe. Comprender las motivaciones que te han llevado a creer todo eso abre una nueva dimensión de ti, la capacidad de decidir lo que quieres ser desde la consciencia. Ya te lo decía tu madre: “¡no seas inconsciente!”. Pues eso mismo, con toda la razón. Cuando uno decide desde ahí siempre suele haber problemas. Eso supone empezar a revisar creencias, como cuando llega la primavera y te tienes que probar la ropa del año anterior. Se trata de revisar, de ver si eso te sigue valiendo, te queda bien y te hace sentirte estupendamente. ¿Qué no? Va fuera. También te puedes preguntar qué te llevo a comprar aquello, pero para tirarlo tampoco hace falta entenderlo, siempre hay tiempo para comprenderlo después.

En ese camino de comprenderte, date caprichos, mímate. Mira a ver qué te gusta ¡y hazlo! Sería estupendo que también aprendieras a dedicarte tiempo, si hay tiempo para los demás también lo hay para ti ¡así que dátelo! Y ya que estás hablándote mejor, aprovecha para olvidarte de la falsa modestia, que es eso, muy falsa. Empieza a hablar de lo bueno que tienes y haces sin pudor alguno, ¡atrévete a brillar!

Y en todo esto ni una vez digas “yo no estoy tan mal”. Asume que lo normal y sano es que tú estés muy bien, no se te ocurra bajar el nivel. En serio, no lo bajes. Estás aquí para ser feliz, no para “no estar tan mal”.

Así que aprovecha que llegó el calor y sé tu amor de verano. Eso sí, cuando llegue el invierno, date una oportunidad para seguir sabiendo más y más de ti. Es algo que engancha, te lo digo por experiencia. Lo mismo en este camino encuentras a alguien que tenga una historia de amor parecida a la tuya. Alguien que se quiera de verdad, que esté enamorado de sí mismo a más no poder (esto excluye a narcisistas, estamos hablando del “yo” de dentro no del “yo” de fuera). A priori puede no sonar bien tener al lado a alguien que no te necesite porque ya se tiene a sí, pero pensemos. Las personas que se aman nunca te va a pedir a ti algo que ya se pueden dar ellas mismas, así que nos ahorramos un montón de escenas incómodas del tipo de “no sé qué hacer sin ti”, “mi vida sin ti no tiene sentido” o “como tú quieras cariño, a mí me gusta lo mismo que a ti siempre”. ¿Ya hay alguien en tu vida? Pues anímale a enamorarse de su yo interior, es una inversión. La gente que lo hace reparte amor con más facilidad y de manera más sana, te encantará comprobarlo.

Raquel Rús
www.raquelrus.es
Psicología energética, eneagrama, gestión emocional

raquelrus@hekay.es

 

ETIQUETAS:
Comparte este artículo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

#Suscríbete..

#Publicidad

#Facebook

Lo más popular