El secreto del cambio personal

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Hay muchos enfoques para abordar este tema y en esta ocasión vamos a hacerlo desde el análisis de las emociones implicadas y refiriéndonos a cualquier cambio que podemos proponernos a lo largo de la vida: iniciarnos en un deporte, aprender un idioma, cambiar un hábito, mejorar nuestra alimentación, bajar de peso, cambiar de profesión, emprender, etc.

Cuanto más difícil nos parece el cambio más lo postergamos. ¿Por qué sucede esto? ¿Cuál es el secreto para lograr cambios personales?

Hay muchos enfoques para abordar este tema y en esta ocasión vamos a hacerlo desde el análisis de las emociones implicadas y refiriéndonos a cualquier cambio que podemos proponernos a lo largo de la vida: iniciarnos en un deporte, aprender un idioma, cambiar un hábito, mejorar nuestra alimentación, bajar de peso, cambiar de profesión, emprender, etc.

Cuanto más difícil nos parece el cambio más lo postergamos. ¿Por qué sucede esto? ¿Cuál es el secreto para lograr cambios personales?

Hay dos emociones que actúan como barreras internas a superar para iniciar un cambio personal: la pereza y el miedo; y hay otra emoción que actúa como barrera para afianzar y mantener el cambio logrado: la culpa.

La pereza es un estado mental que según la RAE se define como “negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados” y “flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos”. Es un estado mental que aparece ante actividades que prevemos supondrán un esfuerzo ya sea físico o mental. Nuestra mente prefiere abordar tareas que no supongan esfuerzo, aunque éstas no sean tan gratificantes o beneficiosas para nosotros.

La capacidad para salir de los estados perezosos se entrena, al igual que se entrena la concentración o la memoria o cualquier otra habilidad técnica o física. Cuanto más entrenados estamos, más fácil y estimulante nos resulta pasar a la acción cuando pensamos en un nuevo proyecto o en cambios de hábitos de cualquier índole.

Podemos utilizar estas estrategias para vencer la pereza ante un cambio:

  1. Definir los beneficios en el corto y largo plazo, redactarlos en frases cortas y fáciles de recordar y dejarlos visibles en nuestra zona de trabajo o casa para leerlos cada día.
  2. Definir el cambio y describirlo en forma de tareas o actividades por fases y pasos.
  3. Establecer con uno mismo un compromiso firme, ayudarse con auto-instrucciones que nos dirijan a la acción aportándonos confianza para enfrentarlo.

Cada vez que aparezca la pereza, leeremos los beneficios y nos centraremos en realizar el paso 1, a la vez que nos recordaremos verbalmente las autoinstrucciones para ayudar a tener determinación. Centrarnos en cada paso por separado nos ayudará a pasar a la acción pues reducimos el esfuerzo mental que se requiere.

El miedo que suele despertarse cuando afrontamos un cambio toma tres formas distintas:

MIEDO AL FRACASO, AL ÉXITO Y AL RECHAZO

Estos miedos fueron explicados por los griegos a través de la mitología: Venus, diosa del amor, mantuvo un romance con Marte, dios de la guerra. De él nacieron cinco hijos: Cupido (dios del amor erótico), Anteros (dios del amor correspondido), Cocordia (diosa del equilibrio y la belleza), Fobos (la fobia) y Deimos (el miedo). Como vemos, el miedo por tanto procede de la unión del amor y la guerra. ¿Esto qué quiere decir?.

Que en la medida en que nosotros deseemos o amemos algo temeremos perderlo.

Así de sencillo y así de complicado. Caben algunas preguntas ahora:

¿Son estos miedos saludables, nos previenen o protegen de algo?
¿Es posible sentir una fuerte motivación (deseo) de lograr algo sin caer bajo las garras de estos poderosos miedos?
¿Es la indiferencia la solución para no caer en ellos?

Vamos a aclarar primero cuáles son las diferencias entre estos tres miedos, ya que son “primos-hermanos” y se parecen, pero no son iguales:

El miedo al fracaso aparece por la duda que tenemos sobre si lograremos o no el éxito en el cambio que nos hemos propuesto –dudamos de nuestras capacidades-.

El miedo al éxito radica en el temor a no ser capaz de mantener el “listón” una vez se haya logrado el cambio; bien sea por pereza ante el esfuerzo, bien porque se temen los cambios que puede conllevar obtener éxito –por ej. Si yo me propongo hacer deporte y dedico los fines de semana a salir con gente que practica este deporte) y mi pareja no me sigue en este nuevo propósito, puedo temer que nuestra relación se resienta.

El miedo al rechazo es el miedo a no obtener la aceptación o reconocimiento de los otros (de aquellos que nosotros apreciamos o valoramos: nuestro grupo de amigos, familia, pareja, etc.) tanto si este rechazo viene porque logramos el cambio como si viene porque no lo logramos. Por ejemplo, me propongo hacer dieta, pero como ya lo he intentado otras veces y he abandonado al poco, temo que mi pareja me recrimine que no tengo ninguna fuerza de voluntad, que soy débil, etc.   O, inicio un cambio personal sin sentirme plenamente convencido por mí mismo, sino que lo hago justo para obtener la aceptación de alguna persona de mi entorno.

Respondiendo a la primera pregunta, podemos decir que estos miedos son saludables en la dosis adecuada, ya que gracias a que lo sentimos, nos preparamos adecuadamente para acometer el cambio, revisamos todo aquello que está implicado en el cambio y tenemos la oportunidad de desempolvar viejas creencias y/o pautas de relación cambiando las que no nos ayuden a crecer y construir una vida mejor para nosotros.

Ahora bien, no son saludables cuando por su intensidad o por nuestra dificultad para dejar atrás las pautas y creencias que nos limitan, nos bloquean ante el cambio, o lo iniciamos sin la determinación y perseverancia que son necesarias para lograrlo.

¿Qué podemos hacer en estos casos? ¿Es la indiferencia ante el reto la respuesta?

La indiferencia consiste en pensar “no me importa esto o aquello”. Si hay indiferencia hay ausencia de compromiso. Si estamos ante un reto verdadero para nosotros no lo vamos a conseguir sin compromiso, por tanto quizá no sea la indiferencia lo que nos libere de estos miedos.

El problema que nos conduce a sentir los miedos al fracaso, al éxito o al rechazo radica en la asociación tan fuerte que hemos creado entre nuestro sentido de la valía personal (autoestima) y lo que logramos o tenemos en nuestras vidas. Así como el valor que otorgamos a los resultados, frente al escaso valor que otorgamos a vivir disfrutando del camino, del aprendizaje que implica afrontar cada día ese cambio personal.

Si conseguimos fortalecer nuestra autoestima basada en lo que somos (cualidades y valores personales), en lugar de en lo que hacemos o tenemos, nos liberaremos de las garras de estos miedos tóxicos y aflorarán nuestras capacidades reales e incluso las mejoraremos.

Una autoestima basada en el “Ser” en su totalidad, con fortalezas y debilidades, permite actuar con un compromiso máximo aceptando la derrota como un paso más en el aprendizaje, no como un signo de falta de valía personal.

Por último vamos a analizar la culpa, ese sentimiento que aprendemos a experimentar cuando hemos hecho algo (o así lo creemos) que es incorrecto desde el punto de vista moral y ético para con nosotros mismos o con los demás, o hemos causado daño con nuestras palabras o acciones.

¿Por qué afirmamos que el secreto del cambio personal está también en superar la culpa?

Esta emoción puede aparecer cuando ya hemos logrado dar los primeros pasos, ya hemos realizado el cambio, y en el camino aparece el primer retroceso. Todo cambio conlleva pasos hacia delante y algún paso hacia atrás. Forma parte del proceso. A veces las causas son externas, y a veces internas.

La culpa es un sentimiento que viene a informarnos de la necesidad de corregir nuestra conducta con el objetivo de mantenernos dentro de los límites correctos para nosotros o para la comunidad en la que vivimos. La culpa no es una emoción básica o primaria, es una emoción secundaria, un sentimiento derivado de la emoción de la vergüenza, y que puede estar mezclada con otras emociones como tristeza o enfado.

Aceptar este sentimiento, analizarlo para encontrar las emociones primarias que se esconden detrás y extraer la información que éstas nos quieren dar, es el proceso saludable y necesario para superar esta emoción aprendiendo algo sobre uno mismo. A veces el aprendizaje pasa por revisar creencias limitantes, a veces simplemente por darse cuenta que no somos dioses omnipotentes y aprender una lección de humildad, o de perseverancia, o de mayor compromiso, o…

Si permitimos que la culpa permanezca por mucho tiempo en nuestra mente, estamos manifestando resistencias al cambio, pues mientras nos sentimos culpables no tenemos la energía mental necesaria para seguir adelante.

La culpa para persistir en el tiempo necesita culpables y busca el castigo de éstos. Cuando entramos en este estado mental pensamos, sentimos y actuamos adoptando el rol de víctima y a la vez de verdugo, y anhelamos que alguien asuma la responsabilidad de salvarnos, perdonarnos y hacer el trabajo por nosotros, por lo que eludimos nuestra responsabilidad.

gráficoMientras permanezcamos en la culpa no tomaremos acción hacia el cambio. Juzgarnos y culparnos nos encierra en un ciclo de no cambio, nos paraliza. Cuando tomamos acción asumiendo la responsabilidad de nuevo, la culpa queda atrás. Si reaparece comprobaremos que nos resta energía para seguir adelante, además de que propicia auto-castigos o auto-boicots de algún tipo. En esta situación podemos preguntarnos “¿Para qué me sirve seguir culpándome o culpando a otros? ¿En qué me ayuda?” tras lo cual me preguntaré “Si me perdono a mí o a los demás, y sigo adelante con mi propósito de cambio, ¿habré dado un paso adelante en mi vida?, ¿seré más feliz y quizá mejor persona?”

La tolerancia y flexibilidad son dos cualidades necesarias para llevar a buen término todo cambio, sobre todo los grandes cambios, pues son más costosos de lograr. Repasar estos conceptos y aplicar estas sencillas pautas puede ayudarnos a lograr y mantener el cambio personal que nos hemos propuesto.

Programa Lince
www.programalince.com

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